No soy bonita, lo sé. No hace falta que nadie me lo diga. Noto sus caras de disgusto al verme, incluso el asco dibujado en su expresión. Desde pequeña oigo eso de que la belleza está en el interior. Supongo que alguien muy guapo lo acuñó como consuelo de los feos.
Lo que pasa es que vivir en la piel del feo es menos llevadero que ser alguien bello. Incluso siendo “del montón” se tienen posibilidades de sentirte halagada algún día, lo que pasa es que yo soy del montón. Pero del montón…de la basura.
¡No!… no se escandalicen. Seguro que ahora, de manera bienintencionada, están diciendo
– ¿Pero qué dices chiquilla? Eres hermosa por dentro, eso es lo que cuenta, el envoltorio es lo de menos.
Claro, lo pensáis porque cuando menos, sois “del montón”. O “normalita”, como me decía una amiga (cuando me hablaba, claro). Pero creerme: vivir siendo horrenda es complicado. A veces lo notas en su actitud. Cambian de acera cuando te ven y ponen cara de que les repugnas sin disimulo alguno. Los niños pequeños se ponen a llorar y las mamás tratan de protegerlos de tamaña fealdad.
No eres bien recibida en ninguna casa y no digamos en un centro de trabajo. Si te ven, poco menos que llaman a Sanidad o se ponen a fumigar. Notas su rechazo y terminas por ser una loca solitaria sin amigos ni compañeros. A nadie le importas. Nadie se acuerda de ti en Navidad. Esos a los que quieres, se acuerdan de todos menos de ti. ¿Por qué?…porque eres un bicho raro y por tanto poco importa lo que te pase. Es mejor tener un detalle con cualquiera menos contigo…incluso en esas fechas.
Y, a veces, ni siquiera tú misma logras entenderlo. ¿Qué les habré hecho? Y llegas sólo a una conclusión: eres fea y repugnante. Así de duro y de claro.
Y eso que dicen que las rubias tienen más éxito. Pues conmigo no se cumple. Soy rubia (y rubia natural, no “de bote”), pero ni por esas. Y me gusta hacer cosquillas y soy sociable e incluso soy crujiente como las patatas fritas…pero soy una cucaracha.
A lo mejor es por eso.