Permaneció inmóvil, durante un cúmulo de eternidades hacinadas en su mente, la tarde descansaba en sus hombros y una pesadumbre gris intentaba cerrarle los párpados. Sus ojos eran agua, y sus dientes secuestraban un grito que clamaba libertad. Vio alejarse a la ambuláncia, tras ella la mitad de su vida se aferraba al parachoques. Le asaltó el recuerdo de una calle angosta, dos niňos corrían jugando a policías y ladrones, ambos habían pedido ser ladrones. La luz de la sirena le devolvió al presente, su mirada, perdida hacía unos instantes en un ayer, ahora doloroso, buceaba bajo un mar de lágrimas contenidas.
Sintió una mano en su hombro:
< ¿Le llevo comisario?
<No, iré dando un paseo.
Sacó un paquete de tabaco del bolsillo izquierdo de su abrigo, y echó mano a un pitillo herido por el desánimo. Lo acomodó entre sus labios, nada hospitalarios en aquel momento y caminó hacia un lugar donde perderse, sin encenderlo.
Cada paso que daba arrastraba su alma inerte, no tardaría en anochecer, pero que importaba, si el mundo andaba cojo desde hacía unos veinte minutos. Apretaba los puňos, queriendo estrangular un aire terriblemente denso,con unas manos fuertes, expertas, valientes, que no habían podido salvar a su amigo, a su hermano del alma. Ni siquiera pestaňeó un instante, fijaba su vista en un horizonte esquivo, que flotaba en el humo invisible del cigarrillo olvidado en su boca.
Al fín una luz enferma, a través de una de las ventanas de la casa, le advirtió que había llegado a su destino, fue matando sus pasos hasta que los enterró en un silencio, completamente oscuro. Aún retumbaba en sus oídos el estruendo pálido de aquel disparo que acalló la vida de su inseparable compaňero, en un segundo.
Frente al portal, inmenso aquella tarde, apretó los dientes, mientras el cigarro, caía a un vacío que envolvía el planeta.
Llamó a la puerta, con los nudillos, sus manos luchaban por mantener la calma. Un niňo pelirrojo, de unos seis aňos, asomó su nariz pecosa a la puerta que acababa de abrir, sonrió, se dio media vuelta y gritó, con una voz aguda que acarició el aire:
< Mamiiii, es el tío Álvaro.
Por primera vez, lo de tío, le dolió en los oídos, era el padrino de aquel niňo, que siempre le había llamado tío, pero esta vez esa palabra le sangró en el tímpano,  cobrando un significado mucho más relevante.
<Carlos, cariňo, díle que ahora salgo, estoy con tu hermano Álvaro, respondió la madre desde alguna habitación cercana en la mitad del pasillo.
<Ah, y díle a tu padre que venga un segundo a ayudarme, en cuanto entre, aňadió.
<Vooooy, dijo refunfuňando al tiempo que se dirijía a la puerta de nuevo.
<Papá no ha venido, no está el coche. Ha venido solo el tío Álvaro.
En ese instante el silencio, fue golpeando las paredes del pasillo, enmudeció la vida, y pudo oir los pasos lentos, muy lentos de la esposa de su amigo acercándose al salón.
Él sabía que ella llevaba al pequeňo en brazos, así que no temió, que se desmayara, la esperó pacientemente, mientras su nuez buscaba consuelo en la garganta, escondió todos los recuerdos en los puňos y los encerró para siempre. Finalmente, siglos después, apareció ella, completamente incolora, con los ojos mirando sin sentido, con el pequeňo Álvaro, temblándole en los brazos. No hubo una sola palabra, tan solo se miraron heridos por el silbido de una bala, ella dejó al niňo sobre su alfombra hinchable y se dejó caer lentamente sobre una silla que la esperaba pegada a la pared y allí se le derrumbó la vida, derramándose hasta confluir con la vida líquida del tío Álvaro.
Él se acercó, despeinando a su paso, con una caricia cotidiana al pequeňo Carlos, que miraba la televisión sobre el sofá, ajeno al momento que le iba a cambiar la vida. Se arrodilló, y abrazó a su amiga, a la mujer que había enamorado a su amigo-hermano Carlos. Ella no arrancó a llorar hasta que una lágrima del tío Álvaro, empapó su mejilla, todo pasó, no importa en cuanto tiempo, cuando el reloj decidió que había llegado la hora.
<Yo me encargo de todo, dijo él incorporándose para dirigirse a la puerta.

Carlos, Carlitos como lo llamaba su padre, le salió al paso:
<dile a mamá que no llore tío Álvaro, papá a veces llega tarde.