Este poema-relato (“poelato”) se lo escribí a un amigo con motivo de su santo: “Juanillo el membrillo”…
Juanillo era un membrillo
ya bastante “madurillo”.
Sus hermanos caían,
piedras y rocas los recibían,
o por el precipicio rodaban.
Los que cerca del árbol quedaban,
Juanillo pudrirse veía…
de ninguna de esas bolsas deshechas
sus semillas germinaban,
pues sólo piedras y rocas
al árbol membrillo rodeaban.
Un día, un golpe de viento
arrancó a Juanillo de su rama.
Se estrelló contra las piedras,
rodó… y sobre una roca quedaba.
El precipicio se quedó divisando,
perplejo, alucinando…
Juanillo el membrillo no quería caer,
ni sobre rocas y piedras yacer…
Pero vio que podía rodar
y bajo el sol se puso a viajar.
No sentía hambre ni sed.
Juanillo rodaba y rodaba,
y su alrededor observaba.
Los animales se movían,
comían y bebían…
pero no podía él,
era un extraño en el vergel.
Su vida era un rodar sin sentido,
sin nada que hacer,
sin compartir, sin amigos…
Sintió que robaba energía
a las semillas de sus entrañas.
Debía hacer algo,
era una bola inútil,
sin futuro y sin sentido:
una aberración de lo vivo.
Rodó y rodó…
hasta que con tierra fértil se topó.
Deseó ser útil,
servir para algo…
y se durmió en la tierra,
fue su postrero letargo.
El agua que le quedaba
mantuvo vivas sus semillas
cuando su cuerpo declinaba…
Una de ellas arraigaba:
la semilla de otro Juan.
Juan el membrillo nació
porque Juanillo murió.
Jesé