Llegamos con recuerdos lejanos.
¿Será que antes fuimos lo que ahora empezamos a ser?
Llegamos con pasos inciertos,
y dando pases impares, crecemos.

Aprendemos a sumar el amor
y a restar los odios.
Aprendemos a multiplicar el pan
y a nosotros mismos.
Aprendemos a unirnos
y a dividirnos, si así hay que hacerlo.

Morimos con el sabor de lo probado:
lo dulce de las frutas, lo amargo de la cerveza,
lo ácido del limón, lo salado del mar.

Morimos con los cuerpos que abrazamos;
que nacen y mueren, que amamos,
que consolamos y que iremos olvidando.

Morimos con lo visto por los ojos:
la vida que florece, las estrellas del cielo,
el río serpenteando, el arcoíris en el aire, flotando.

Morimos con el olor que se pierde en el aire:
el jazmín de la esquina, el café de la tarde
el mar y sus olas, el fogón encendido.

Morimos con las canciones que cantamos,
en las alegrías y en las penas,
celebrando la vida o contando la muerte.

Y un día, lejos de estos cuerpos,
con los cinco sentidos apagados,
flotaremos como un perfume,
subiremos como el vapor,
bajaremos como lluvia,
soplaremos como el viento,
giraremos como un cometa,
alumbraremos como un sol,
acariciaremos como la luna,
y caminaremos como el agua
para los cuerpos que abrazamos;
aquellos que nacen,
aquellos que ríen a pesar de todo,
aquellos que crecen y agonizan,
para los que aman,
para los que consuelan,
y para los que nos van olvidando.