Llamó por teléfono una mañana de invierno. Era lunes y hacía frío. La nueva estación se mostraba en todo su esplendor, y el aire golpeaba una de las ventanas—en casa del herrero…—, ni siquiera me dio tiempo a acabar de decir el dichoso refrán. El teléfono sonó con insistencia; un tono, dos tonos…al quinto dejé mi café—ya frío—, encima de la mesa, junto a unos albaranes polvorientos.

Era una mujer, la que se encontraba a la otra línea del teléfono—una quiebra, justo al lado de una sus ventanas—, eso fue lo que me explicó. Según me dijo, por ahí se colaba absolutamente todo: viento, lluvia, frío, calor, penas, sufrimiento, angustia y venganza.

Su voz me pareció cálida, igual que cuando dejas reposar un bizcocho recién horneado sobre la encimera de la cocina, y el olor a azúcar que desprende lo va impregnando todo. Solo cambio su tono de voz, en el momento en que me dijo que ella no se encontraría en su domicilio, que sería el portero, quien le mostraría la quiebra y, que cada vez se iba haciendo más y más grande. Solo entonces, cuando me explicó que el conserje le daría su llave, noté que su voz había cambiado por completo, hasta convertirla de alguna manera en algo áspero y dañino.

Me sorprendió que el edificio—viejo y prácticamente en ruinas—, tuviera conserje; un tipo grande y desgarbado, cara afilada y ojos pequeños, pero que te miran fijamente sin apenas pestañear. Lo que más me desagradó fue su olor—pestilente y fétido. Oscuro y viejo también—. Cogió del casillero un juego de llaves—el único que había—, y me dijo que Miranda, vivía en el tercer piso, pero que no se encontraba en aquellos momentos y que él, sería el que le enseñaría la grieta, que cada vez se iba haciendo más y más grande. Yo asentí sin apenas mirarle, no quería hablar, pensaba que si tragaba el aire que rodeaba a aquel individuo, acabaría vomitando de un momento a otro.

La casa estaba vacía, por no haber no había ni cocina, tan solo al pasar por una de las habitaciones, pude ver un colchón viejo junto a un armario de tres puertas, y cerrado con llave. Me paré junto al quicio de la puerta, y me pareció que alguien me miraba a través del ojo del armario.

La grieta estaba junto a la ventana del baño, era bastante grande la verdad, agradecí enormemente, el aire que entraba por aquella hendidura que olía a inquietud. El baño tan solo constaba de una taza, una ducha diminuta y un lavabo. Ahí no había nada más. El trabajo me llevó poco más de una hora. Durante el tiempo que estuve ahí, ni el conserje ni yo mediamos palabra. Cuando la grieta dejó de ser grieta para ser una masa de yeso arremolinada, un aire viciado se apiñó en aquel pequeño cubículo. Tenía ganas de salir de ahí, de tirarle la factura a aquel individuo que cada vez me estaba dando más grima. Así lo hice, le despaché el papel con un garabato mío que ni yo mismo reconocí.

—Pero muchacho, ¿de dónde sales?

Vestido de la cabeza a los pies y, uniformado con un traje de ayuntamiento, me topé de bruces con Ramón—un viejo amigo—.Me alegró verlo, me hizo quitarme el regusto a algo que ni yo sabía de que se trataba. Pero esa alegría duro poco—lo mismo que dura una palmada en la espalda junto a un como estás—. Ramón llevaba en la mano una cinta de color naranja y amarilla.—Vamos a precintar el edificio—, eso fue lo que me dijo.

—¿Precintar el que?—respondí dudoso.

—¿Pero amigo? ¿Has visto como está este edificio?, esta casa está a punto de caerse, por la parte trasera ya ha empezado a formarse una grieta bastante grande.

—Pero Ramón, aquí vive gente, hay un conserje y tamb…

No me dejó acabar la frase, lo siguiente que me dijo era de si no me había enterado de lo que ocurrió en aquel edificio hacía un año.

—No Ramón, no se lo que pasó, ¿cómo voy a saberlo?—respondí un poco mosqueado por algo que ni sabía.

—Hace un año, en este edificio vivían media docena de inquilinos, entre ellos el conserje y una mujer, que si no recuerdo mal, dijeron que se llamaba Miranda, la cuestión viejo amigo, es que la mujer—Miranda—,asesinó a sangre fría con un arma blanca al pobre portero, dicen las malas lenguas que fue por venganza, celos imagino, ya sabes que a la gente le encanta hablar, pero ahí no termina la cosa, después de clavarle un cuchillo y sacarle hasta las tripas, ¿sabes lo que hizo ella?

—No, yo no se nada.

—Se tiró por la ventana, si, se lanzó al vacío, ¿qué te parece?

Le dije a mi viejo amigo que debía de marcharme de ahí, que me había surgido un imprevisto. Salí despavorido y cuando crucé la esquina para tomar aliento, cogí mi teléfono y marqué el mismo número que horas antes me había llamado a mi.

—Hola, soy Miranda Ferrán, en este momento no puedo atenderte, si lo deseas puedes dejar un mensaje…

Su voz me sonó cálida.

Dejé de marcar su número, en el momento en que me quedé sin batería.