Abrí una cuenta en Tinder y dejé volar mi imaginación maquillando un poco mi perfil. Quería mejorar mi aspecto y mi status a la máxima potencia.

Robé algunos granos de sal y pimienta vertiéndolos de manera obscena sobre mi amargura, fealdad y mediocridad.

Mi cabeza comenzó a fantasear.

Imaginé que yo era alguien que tenía un excelente trabajo.

Un trabajo importante.

Un trabajo para vivir holgadamente o quizás un poco más que eso.

Un trabajo con el que cada fin de mes pudiera llenar mi hucha para poder regalarme cosas bonitas y trastos inútiles para luego guardarlos en el fondo de mi armario—deliro imaginando a mis amigas muertas de la envidia—.

Miré a mi alrededor.

No tenía ni un ápice de todo lo que mi cabeza loca inventaba—vivir de una ayuda no da para mucho y levantarme cada mañana temprano para salir a la calle a ganarme el sueldo…Hace tiempo que no trabajo y cuando lo hago es porque no me queda otra. Me da pereza madrugar, asearme y salir al mundo en definitiva—.

Vi su foto en Tinder.

Era igualito a Mario Casas. No podía creerme como aquel hombre estaba soltero—subrayado en negrita—.

Le escribí.

Respondió al instante.

La verdad es que viendo su foto de perfil junto a la mía hacíamos muy buen tándem—una pareja de dos; elegante, guapa y sofisticada que vive en un piso en el centro de la ciudad y que cada fin de semana prueban distintos restaurantes donde las estrellas michelín campan a sus anchas en vitrinas de metacrilato—.

Formulé la típica pregunta que tanto me incomodaba:

—¿A qué te dedicas?

—Soy arquitecto.

Tramé entonces que él diseñaba la casa de nuestros sueños—un piso grande con terraza, donde después de comer en el mejor restaurante de la ciudad acudimos un poco borrachos a tomar cócteles hasta caer rendidos en un colchón de plumas de oca y donde a la mañana siguiente, un hombre muy apuesto nos sirve zumo de naranja recién exprimido, café de Colombia y cruasanes horneados —.

Le respondo diciendo que soy la dueña de una galería de arte— un museo magnífico donde se exponen cuadros de los mejores artistas de todos los tiempos—.

—Mi imaginación empieza a volar sin mesura—.

—Le cuento de forma detallada todas las fiestas que hacemos en mi exclusiva galería. La gente importante que acude a felicitarme y todos los aplausos que recibo—.

Me preguntó si esa misma tarde podíamos quedar. Reconoció que le había impresionado y que tenía ganas de verme en persona—he de decir que a mi me llamó la atención que no tuviera ninguna falta de ortografía—.

Era martes.

Volví a mirar su foto y a pesar de que era igualito a Mario Casas y que podría diseñar una casa fabulosa para los dos, le dije que no.

—Pensaba que te había gustado— escribió.

Leí de nuevo mi perfil—un perfil creado de forma exhaustiva—.A continuación leí el suyo.

—¿Qué pensarían mis amigos de él?

Lo eliminé de mis contactos.

Fin

Esmeralda Egea.