Habían pasado horas….y el seguía allí, sentado en su sillón de cuero contemplando las volutas de humo esparcirse entre las sombras. Apagó el último cigarrillo, pero la azulada bruma continuaba flotando, trayéndole su aroma. El aroma de la mujer que amaba….quemándose en las brasas de la hoguera que el mismo encendiera.
© MARCELA ISABEL CAYUELA

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