EN LOS ESTANTES, DE JAVIER GILABERT

por Jorge León Gustà

Me ha llegado recientemente (o yo he llegado a él) el libro de Javier Gilabert En los estantes, que cuenta con un prólogo de Antonio Praena como toda presentación. El libro quedó finalista del II Premio de Poesía Esdrújula.
Lo primero que destaca es el aspecto formal: aunque no lo encontramos en el primer poema, sorprende la habilidad en el uso del endecasílabo, constante en casi todo el libro, solo o en compañía del heptasílabo, en una silva libre de verso blanco. Sin embargo, la naturalidad de su ritmo hace que el lector no lo aperciba en un primer momento. Pero, junto con la atención formal, Gilabert se centra, sobre todo, en la imagen como el elemento vertebrador del poema. La que da título al poemario atraviesa todo el libro, desde el primer poema introductorio (La estantería), hasta el último, significativamente titulado Capítulo final.
Como las estanterías modernas, que cada uno las va montando, la vida va construyendo con el paso del tiempo, a medida que se llena de libros y la vida de experiencias:
No sé si recuerdas, cuando fuimos
a por la estantería los dos juntos.
Elegimos la más grande y, una a una,
ensamblamos las piezas de aquel puzle
de madera, tornillos,
ilusiones y risas,
y llenamos los libros de sus estantes,
los mismos que cubiertos por el polvo
no son sino un reflejo
de lo que un día fuimos.
(Capítulo final)
O bien:
Construimos la vida
superponiendo pequeños detalles.
Como los libros de una estantería
quedan almacenados
con el lomo a la vista…
(Los estantes)
En segundo lugar, derivado del anterior, destaca el motivo metapoético. Así, ya el segundo poema se centra en la creación poética: el poeta, solo, en el amanecer, (momento simbólico: el paso de la oscuridad hacia la luz, del caos de las ideas a la luz del poema que ilumina el día y las ideas):
Aquí me entrego al canto que me brota
desde un lugar que es nuevo y desconozco,
que ubico en mi interior y siento fuera,
fluyendo como un río hacia la mano
(El patio)
La misma poesía y el acto de escribir aparece en otros lugares del libro, como en El poeta (destaca la imagen “Sus palabras son hilos / de araña en el telar / de una anciana Penélope…”) o en Los juguetes, en el que el poeta parece quedarse perplejo ante la técnica del poema (“he robado palabras al silencio / de los poetas, / desmembrando vocablos / que pronunciaron, / desmontando versos / una y mil veces.”) y luego no sabe qué hacer con aquellas palabras, como si, tras el esfuerzo mecánico de componer el juguete, se hubiesen quedado sin el misterio:
Nunca supe qué hacer
después con los pedazos.
(Los juguetes)
La última imagen a la que se asocia el poema, en concreto, sus versos., es a los hijos, acaso la mejor obra del yo poético:
Fuiste el primer verso,
el más cierto de todos.
(Primer verso)
Destaca la captación que se hace de la realidad objetiva que se representa ante nosotros. Por un lado, su descripción meramente objetiva, como en Bonsái (p. 26), un poema en endecasílabos bancos, de carácter casi parnasiano, por su carácter descriptivo. En otros casos, se toma una imagen de la realidad objetiva y se convierte en metáfora del sentimiento o de la sensación interior. Así, por ejemplo, en Viento y árbol. El poema empieza haciendo una breve descripción de lo que anuncia el título:
Doblega el viento las ramas del árbol,
me muestra una verdad incontestable
a grito mudo en su discurso puro.
Y se introduce a partir del siguiente verso la realidad subjetiva del yo, que se identifica con la imagen externa:
Me dice lo que sé de lo que siento,
el peso de mis ramas retorcidas,
el paso de los días en mis hojas,
la sed que se acumula en mi raíz,
la gravedad del mundo en mi corteza.
En otros poemas, no es la imagen objetiva la que sirve para explicar la sensación exterior, sino una acción cotidiana, como estar sentado sobre una roca
Sentado en una roca,
completamente a solas,
dispuesto a confundirme,
con nubes, mar y cielo.
La contemplación de la naturaleza cala sobre el yo poético:
El sol,
la sal
y el aire
adormecen
el pensamiento –jaras
retamas, mar y arena.
De manera que, tras la experiencia, ya no se es el mismo, y se ha logrado una metamorfosis como el reptil que descansa sobre la roca:
En esa roca dejo
la piel que traje puesta,
que no me sirve ya.
Similar recurso se usa en La puerta, en la que el yo se enfrenta “solo al oscuro pasillo, /buscas a tientas el interruptor”. La simple acción se describe con cierto pormenor (como veíamos en Bonsái): “Tus manos aletean / en la fría pared /como la mosca se debate / herida de muerte en el suelo…”, para al final mostrarnos toda la carga simbólica de este paso desde la oscuridad:
Tras la puerta –lo sabes-
te encontrarás contigo.
(La puerta)
Del mismo modo, en el poema amoroso La orientación se empieza con un simple gesto físico:
Con mis dedos recorro
el mapa de tu cuerpo…
en el que la introducción de la palabra mapa genera el motivo del viaje:
Me pierdo en tus recodos,
esos que conocía de memoria.
Consigo encontrar el camino…
Interesante, también, el motivo de los hijos, poco usual, como en Mirador, La cuna, Paternidad.
Finalmente, me ha sorprendido la cita de Valente, tanto al principio de la La estantería como integrado en el Capítulo final, el último poema:
De ti no quedan más
que estos fragmentos rotos.
Me ha sorprendido porque yo utilicé una cita casi igual de Sánchez Robayna para titular un libro de poemas, Pobres fragmentos rotos contra el cielo. Te adjunto un ejemplar, que espero que te guste.