¿No os habéis planteado nunca desaparecer de la faz de la tierra?, ¿Ser invisible?, ¿Qué nadie os pueda buscar? , ¿Empezar de nuevo?

Mi nombre era Emma. Tenía 20 años y estudiaba Derecho en la facultad de León, en el Campus de Vegazana, que estaba a unos minutos de mi casa, andando.

Era como todas las demás chicas de mi edad. Me gustaba vivir el momento al máximo. Me consideraba una chica alegre, amiga de sus amigos, viva y desprendía energía a raudales.

Además de estudiar, trabajaba de camarera en el pub Factory del centro. De esa forma, podía hacerme cargo de  mis gastos y así ayudaba a mis padres con el coste de mis estudios universitarios. Trabajaba los fines de semana y de refuerzo en alguna fiesta.

Pero, de la noche a la mañana, cambié por completo por alguien que no se lo merecía.

Un sábado por la noche, me puse enferma y tuve que avisar casi sin tiempo a mi jefe. Se mostró muy comprensivo y amable y no le importó estar detrás de la barra esa noche.

A partir de ahí fueron todo muestras de cariño, haciéndome la vida más fácil para que pudiese compaginar los estudios con más facilidad. Era atento, comprensivo y amable.

Empecé a recibir mensajes de WhatsApp simpáticos y cariñosos, cosa que me pareció, al principio, de lo más agradable de su parte.

Pasó el tiempo y nuestra amistad se afianzó. Hasta que un día, estando los dos solos cerrando el local acabamos liándonos. Y ahí empezó nuestra relación.

Miguel, que era así como se llamaba mi jefe, me gustaba. Teníamos inquietudes similares y aunque era ocho años mayor que yo, no le di importancia. Nunca imaginé que podría llegar a tener algo con él.

Vivimos una época muy bonita, llena de romanticismo y pasión. Salíamos con los amigos de ambos y nos los pasábamos bien. Me venía a buscar a la salida de la facultad, íbamos al cine con asiduidad, hobbie que compartíamos y nos encantaba. Si tenía que ir al médico, él iba conmigo, si tenía que ir a comprar algo, él estaba allí. Algo normal en un novio ¿no?

Siempre me hacía detalles. Yo estaba encantada. Como no tenía referencia de otras parejas no veía nada raro, tantas atenciones, tantas muestras de cariño.

Los viernes me solía tocar detrás de la barra con mi compañera Henar. Esa noche estuvo muy flojita. Eran los exámenes finales y había pocos universitarios. Al principio había muy poca gente y pudimos tomarnos una cerveza. Conversando, me preguntó qué tal me iba con Miguel y si íbamos en serio. Yo le dije que por ahora muy bien. Y que teníamos planes serios, pero que esperaría que no interfiriesen en nuestra buena relación de compañeras.

A ella no le gustó oír aquello y me avisó de que me anduviese con cuidado. Que mi novio no era trigo limpio. Que estaba enamorada de una fachada. Me hizo prometerle que me cuidaría, porque me apreciaba mucho.

Me quedé algo preocupada, no sabía a lo que se refería, pero ya no pude seguir hablando con ella, ya que llegó Miguel cortándonos la conversación y echándonos una mirada desagradable y con desprecio. Yo no le di importancia en aquel momento.

Al cierre, pensé hablar con ella. Pero no pude, porque me avisó Miguel que haría esa noche el cierre con Henar, para hablar sobre cosas relacionadas con el trabajo. No le di importancia. Los cierres, los hacían juntos de vez en cuando. Yo confiaba en él.

La semana siguiente, Henar no volvió al trabajo y en su lugar apareció una chica nueva. Él me dijo que era familia lejana y que le hacía falta el trabajo. Y que Henar ya no volvería, puesto que hacía tiempo que buscaba un trabajo fijo. Mi confianza en Miguel era tan grande que le creí totalmente. Qué ciega estaba.

Un día, me vio muy agobiada y le comenté el motivo. Que el dinero no me daba para pagar los créditos de las asignaturas del año que viene. Él sin dudarlo abrió la caja fuerte, sacó dinero y me lo dio para que pagase el próximo año. Yo en un primer momento no lo acepté, ya que mis padres me enseñaron a luchar por lo que se quería en la vida. Estuvimos discutiendo durante un buen rato. Yo le decía que León se me hacía pequeño y que mi sueño era irme. Eso no le gustó. Mi sitio era con él y acabó la conversación dando un manotazo en la mesa y desafiándome con la mirada.

No era la primera vez que las conversaciones terminaban de esa manera. Pero poco a poco se hicieron más frecuentes, hasta el día que me levantó la mano la primera vez.

Ese día, no supe reaccionar. Me trató como la cosa más insignificante del mundo. Desde aquel momento, me precipité hacia un abismo sin fondo. No podía dar un paso si no era con consentimiento de Miguel. Mi relación desde ese momento se convirtió en una prisión dorada, en que los regalos y los malos tratos eran dados por igual.

Pasó el tiempo. Un jueves tomando café en la facultad, esperando por mi amiga Silvia, estaba leyendo el periódico cuando de repente un escalofrío me recorrió el cuerpo. Encontré la noticia de que hacía dos días que habían encontrado un cuerpo en el río Bernesga.

Mientras estaba ensimismada con la lectura de la noticia, apareció ella, y le comenté lo que sabían las fuentes policiales. La habían violado y después la habían asfixiado con sus propias bragas. Horrible. Ella se quedó mirándome con una mezcla de preocupación y extrañeza y le pregunté qué le pasaba. Me respondió que el cuerpo encontrado era el de Henar. Y lo sabía por qué su hermana era su cuñada.

El funeral fue en la Catedral, el lunes a las cinco y se ofreció a acompañarme.

Yo le di las gracias y pensé para mí que así tenía la excusa perfecta para que Miguel no me pudiese decir que no.

El viernes al salir de la facultad y para no perder la costumbre, Miguel estaba esperándome fuera del coche. Esta vez con una rosa en la mano. Por la mañana habíamos tenido una pelea. Por culpa de él no me pude apoyar en toda la clase en el respaldo de la silla, solamente porque me había olvidado de comprar los cereales que le gustaba desayunar.

Hacía un año que me había mudado con él. Lo decidí casi por obligación. Nuestras peleas eran tan frecuentes que me convencí a mí misma de que la mejor manera de apaciguarlo era aceptar su propuesta de vivir juntos. Pero fue un grave error.

Una vez en el coche, le pregunté qué tal el día. Si había tenido mucho trabajo. Él a mí, nunca me lo preguntaba. Para él, estar en la facultad era un pasatiempo. Después de estar un tiempo hablando y viendo que estaba bastante calmado para conversar, saqué a relucir el tema de Henar. Le comenté si se acordaba de ella y él me dijo temblando que no conocía a ninguna con un nombre así. Pensé que me estaba ocultando algo y para descubrirlo le comenté que la conocía de sobra, ya que, era la chica que había estado cuando había empezado a trabajar en el pub. El rápidamente y muy nervioso, me contestó que sabía quién era y que había ido a Astorga a cuidar de una tía que tenía enferma y me preguntó el porqué de tanta insistencia. Le contesté que iba a ir a su funeral el lunes con Silvia a las cinco en la Catedral. Y le comenté la muerte horrible que tuvo y donde la habían hallado. Se quedó helado. No supo qué decir. Llegamos a casa y empezó a mostrarse muy nervioso y violento. Tiraba y rompía todo. Se fue a una habitación que teníamos como despacho y antes de cerrar la puerta me insultó y pidió la cena a gritos. Tenía prisa por volver al pub.

No supe que pensar. ¿Tuvo que ver él algo con la muerte de Henar? No quise pensar en ello. Fui a la habitación, me cambié de ropa y me dirigí a la cocina a calentarle la cena, ya que tenía sobras del mediodía.

Una vez acabado, lo llamé para que viniese a cenar. Lo vi muy cabreado, yo esperé de pie. En situaciones así, le gustaba  estar sentado solo en la mesa  y tenerme a mí de pie esperando por si necesitaba algo. No le gustó la cena, no la acabó. Terminó la cena derramada en el suelo y obligándome a que la comiera yo ahí. Que si yo le servía comida de perro, que la comiese yo también.

No estaba conforme con nada, nada podía contener esa furia que tenía. Se fue de casa esa noche dando un portazo, como casi todos los días, pero antes dejándome a mi tirada en el suelo, encogida y con el labio partido.

Llegado el lunes a la salida del emotivo funeral, Silvia me acompañó a casa. Fue la condición de Miguel para dejarme ir a cualquier sitio sin él. Yo sola no podía. La madre de Henar y su hermana me confesaron que no había cambiado de trabajo, ni siquiera se había ido al pueblo. Había desaparecido y la encontraron a los pocos días. Incluso me llegaron a decir que tuvo algo con Miguel. Yo no di crédito. Pero Silvia me lo confirmó e incluso me contaron que, de vez en cuando, le pegaba. Lo que me pasaba a mí me lo callé, pero en el fondo sabía que Silvia intuía algo.

Cuando faltaban dos calles para llegar a casa, me tocaron la espalda. Eran dos policías de paisano.

Me preguntaron por Henar. Yo les dije la verdad, éramos buenas compañeras de trabajo. Me preguntaron por Miguel. Les dije que era mi pareja. Les pregunté el porqué de esa pregunta y me confirmaron lo que yo ya intuía. No sólo tuvo algo, había sido la pareja de ella. Estuvieron un tiempo preguntándome sobre él y sobre varias chicas que yo ni siquiera había oído nunca su nombre. Me empecé a asustar. Les dije que me tenía que ir, Miguel me estaba esperando y no me gustaba hacerle esperar.

Después de hablar con los agentes de paisano, intuí, por la conversación, que estaban detrás de Miguel por la muerte de Henar.

Al llegar, no lo encontré. Lo busqué por la casa pero no estaba. Mientras estaba preparando lubina para cenar, plato que le gustaba, llego él. Enfadado como siempre. Lo primero que hizo fue agarrarme fuerte del brazo y decirme si estaba zorreando para llegar tarde a casa y que no le mintiese porque cuando él llego, yo no estaba y se fue a buscarme.

Ya está, pensé, creía que me libraba pero me la llevo de noche. Separó la sartén del fuego la tiró a la basura y dijo que cenaría zorra. Me tiró de los pelos, hasta la habitación, me tiró en la cama, me rompió la ropa, me violó, me humilló de la forma más degradante posible y después me empezó a pegarme en cualquier parte de mi cuerpo. Yo intentaba protegerme pero no podía. En un descuido, intenté huir pero caí al suelo dándome en la cabeza. No recuerdo mucho más….ese era su hobbie favorito, golpearme hasta cansarse.

Cuando me levanté del suelo, no sé cuántas horas habían pasado. Intenté levantarme como pude y me cercioré de si estaba aún en casa. Cuando por fin pude ver que no era así, me senté en el sofá y lloré, lloré por la situación en la que estaba. Fui al baño como pude para verme como me había dejado. Una vez, en frente del espejo, me dije que poco me había faltado para no salir viva. Miguel me había convertido en una mujer totalmente contraria a mí. Callada, sumisa, mentirosa, temerosa. Y no podía seguir permitiéndolo. Iba a pagar por todo.

A la mañana siguiente quedé con Silvia y le conté lo sucedido. Le dije que tenía que ayudarme a planear mi huida. Sabía perfectamente que tenía que ver con la desaparición de Henar y que yo sería la siguiente, sin lugar a dudas, como siguiese a su lado.

Sería en dos días. Aprovecharía que él tendría una cena con sus amigos y me iría de noche para irme sin ser vista. Conseguimos una peluca, lentillas, un móvil desechable y  le avisaría cuando estuviera lista y con la documentación nueva. Y todo esto, a través de una amiga de Silvia, para no dejar rastro.

Un amigo de ella me llevaría en coche a Madrid y una vez allí cogería un vuelo a Londres. Cuando estuviese establecida allí, me pondría en contacto con Silvia para que le contase todo a mi familia y se quedase tranquila.

Fueron unos días raros con Miguel. Siempre era así después de una fuerte paliza, me dejaba tranquila unos días. Quizás para que me recuperase de aquello y una vez que me viera con fuerzas me pudiera volver a pegar. Pero la violencia verbal no cesaba, si no era física, era psicológica. Cualquier cosa para intentar mantenerme atada a él. Pero ya no me engañaría más.

El jueves fue un día bastante normalito, Llegada la hora, antes de arreglarse le apeteció jugar un rato con su pasatiempo favorito. Yo. Siempre lo mismo. No hacíamos el amor, me trataba como una vulgar puta. Me daba asco. Yo me daba asco por haberle aguantado tanto tiempo y me daba asco él. A mí no me apetecía, pero como siempre acababa forzándome. Cuando acabó, se fue a la ducha dejándome en la cama con la ropa interior rota. Me levanté como si no hubiese pasado nada, y dejé la ropa en la cama. Me puse la bata y le esperé en el salón como buena novia y le deseé una buena noche.

Cuando calculé que ya estaría en el pub, me dispuse a prepararlo todo.

Dejé en la cama junto a mi ropa interior rota algún cabello y me corté la mano. Derramé sangre en la cama  y en algunas zonas de la casa. Mi repentina desaparición señalaría a Miguel como culpable. Avisé a Silvia desde el móvil desechable, y  a los quince minutos, ya estaban esperándome abajo. Me cambié de ropa, me puse la peluca, las lentillas y cogí el dinero guardado que me había dado Miguel, para pagar el curso del año que viene.

Por la mañana, Silvia llamó a la comisaría. Les contó que había quedado conmigo y que no había aparecido. Y añadió que tenía orden de ella de que si alguna vez no supiera nada de ella, denunciara su desaparición. E informara de que era novia del dueño del pub Factory, Miguel.

Mencionar ese nombre fue suficiente para que el Inspector López, investigador jefe del asesinato de Henar, se pusiese en marcha.

Una hora más tarde, parecía que toda la policía de León, estuviese en la Avda. de Mariano Andrés. Los agentes subieron por la escalera y llamaron a la puerta.

Una orden judicial de registro y las pruebas incriminatorias que había dejado, fueron suficientes para la detención de Miguel, acusado de la violación y asesinato de Henar y mi desaparición.

Más tarde, el interrogatorio sirvió para que el cabrón y cobarde de Miguel que antes se mostraba tan chulo y valiente conmigo, se había convertido en un débil corderito delante de los agentes. Ellos consiguieron que confesara el asesinato y violación de Henar. Aunque Miguel dijo que no tenía nada que ver con mi desaparición fue condenado igualmente por ella, debido a las pruebas encontradas.

Una mañana fría de Noviembre, llegue al aeropuerto de Heathrow con el coche que había alquilado. El avión donde venía Silvia con su novio, llegaba a las cinco de la tarde. Fui al Starbucks, pedí un frapuccino y me fui hasta la puerta a esperarlos. Quince minutos después, vi una pareja enamorada acercándose hasta la salida. Era Silvia, me buscó con la mirada y corrió hacia mí. Nos saludamos efusivamente los tres y nos dirigimos a buscar el coche. Una vez en el aparcamiento y antes de dirigirnos a mi piso, le di las gracias por todo ya que sin ellos no hubiese sido posible. Silvia y el Inspector López se besaron y me aseguraron que por una persona como yo lo volverían hacer sin duda.

“El día que me enteré que Miguel se pasaría treinta años en la cárcel, yo volví a nacer. Emma, cayó en el olvidó. Casi nadie se acordaría ya de ella. Yo cambié de rumbo, monté mi propia empresa y me enamoré. Ahora tres años después de lo sucedido estoy felizmente casada con John y esperando a mi primer hijo. Ahora la vida me sonríe”.