Su foto, embutida en un vestido muy corto con brillos, tendida sobre una cama, ocupaba el ancho de la pared del cuarto. Respiró en mi nuca, me volví. Le quité el pantalón, buscando las piernas de la foto. Adhirió sus muslos a mi cintura, la besé con ansias de atrapar los labios que me sonreían insinuantes en la pared. Caímos sobre el cobertor, anudados. Me deshice de mi camisa y de su blusa. Bajé mis pantalones, mis ojos se cubrieron con sus pechos. Mordí, toqué, apreté, besé. Di un giro completo y la tendí de espaldas. La transpiración llegó a mis pupilas, me separé un instante de su cuerpo. Me libré de sus brazos, abandoné la cama. Y caí en el error; comparé. La misma erección apuntó al destino equivocado, a la imposible figura que sonreía desde su eterna perfección.