DIARIO DE UNA MARUJA. DÍA 2. LA DIETA DE LA CEBOLLA

Que este mundo es un asco no es un secreto para nadie. Deja de serlo desde el momento en que te haces con el uso de razón.
Los disgustos vienen y no puedes hacer nada para impedirlo. Hace una semana me llevé uno de los que marcan época. No podía comer. No me entraba la comida y la poca que conseguía hacer bajar era quemada sin misericordia por los nervios. Resultado: uno de mis tres pliegues de michelines desapareció en dos días. Literalmente.
Claro, estas cosas no pueden pasar desapercibidas ante otros ojos femeninos. Mis vecinas y yo nos pasamos la vida mirándonos de reojo el contorno de la cintura y de la cadera, como si fuésemos a cosernos trajes las unas a las otras, cada vez que nos cruzamos por la escalera.
Sinceramente, da rabia cuando otra pierde peso y tú no consigues ni siquiera despistar un gramo, así que comprendí cuando, desde el final del pasillo, mi vecina Margarita, me dijo con el soniquete propio de un “¡te pillé!”

“Uy, tú estás más delgada ¿no?”
“¿Tú crees?” respondí yo, intentando no entrar mucho en el tema. “No sé”

Sí lo sabía, lo sabía de sobra. Cinco días de estómago cerrado a cal y canto y de desgaste ocular no podían resultar en otra cosa.
Si yo tenía tres pliegues de michelines -ahora dos- Margarita tiene cuatro. Cuando vio los dos míos se le cambió la cara. Lo noté. No me importa compartir mis secretos de belleza, pero esta vez por razones obvias no podía. Como estaba empezando a temer, procedió a hurgar.

“Pues sí, lo estás. Y ¿Qué has hecho?¿estás a dieta?”
“Realmente no “ no podía contarle “Bueno, sí, pero sólo un poco”

A mí no me gusta mentir, pero Margarita me tiró de la lengua hasta la extenuación. Continuó con el interrogatorio, dos veces me puso entre la espada y la pared. Salí airosa, pero siguió. Insistió tanto y tan largo que tuve que parar aquello con lo que fuese.

“La dieta de la cebolla, es la dieta de la cebolla” dije, como dándome por vencida.

Técnicamente no estaba mintiendo. Aún.

“¡Ajá, lo sabía! Cuéntame cómo hay que hacer”

¿Qué le podía decir? ¿Qué la dieta de la cebolla se llama así por el tema del llanto? Tampoco podía callar, porque seguiría trabajando hasta sonsacarme la pura verdad y eso no me convenía. Esquivé la respuesta evitando al mismo tiempo decir ninguna mentira pero finalmente me volvió a acorralar. Definitivamente. Yo también me estaba cansando un poco, así que le di la receta. Sólo a ella, pero ahora todo el patio interior del bloque y mi ropa del cordel huelen a sopa de cebolla. También he distinguido el olor de la cebolla cortada, cebolla a la crema y otras similares. Espero que no les de diarrea. Pobres.

P.D: ¡Anda ya, por cotillas! ¡A comer cebolla! Después de todo, no somos tan amigas.