Tengo mi cabeza en las manos
y mi vida en las tuyas, 
que son ingratas y frías.

El remolino que hoy me engulle 
comenzó tragarme cuando nací. 
El gran sumidero, 
contra el que nada puedo, 
es una agonía que se demora, 
empujada por una corriente de aguas implacables.

Señor, qué lento es perder.

Tengo mi cabeza en las manos
y mi tiempo en las tuyas, 
que no tienen dedos para acariciar 
sino hierros para descorchar.

Has abierto en mí un gran boquete 
donde quepo yo entero dentro de mí. 
Dios, cuánto se tarda en caer.

Tengo mi cabeza en las manos 
y mis vísceras en las tuyas: 
indignas. egóticas. Solo quieren golpear.
Oigo el murmullo de mi sangre al abandonarme. 
Por qué, por qué tardo tanto en descansar. 

Tengo mi cabeza en las manos 
y no me la debo arrancar.

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