La yerba es sagrada. El mar también. Y la lombriz.
La piedra y tú sois sagrados. Sí, tú eres sagrado. Hasta yo lo soy, aquí donde me ves.
La niebla es sagrada, como el balón de mi hijo, o su goma de borrar.
El pan, el vacío, y la luz.
Mi pensamiento y su risa; las carreteras, la hoja, los perros, la pena, y el sol.
Hay una absoluta sacralidad en cada cosa, ya sea viva o inanimada. En todo átomo, en las cumbres, en el magma, y en el peine de una prima del hombre que cruzó la calle.
Y en el agua, tanto la de la nieve, como la del charco que pisamos ayer.
Hay un explosión gigantesca de belleza en las piezas y en el todo. En tu inquietud, en su indiferencia, y en mi ira. En el barro y en la cal.
Escucha el silencio. Sumérgete. Maréate con él. Disuélvete en él.
Y no me digas más, te lo ruego, lo profundo que es el mar, ni qué hermosa es esa niña, o qué preciosa su mirada.
No exclames más, te lo pido por favor, qué grande es la luz o el color de las rosas.
Te han enseñado que la flor es bonita, y solo repites lo aprendido. Eso no tiene valor. No lo percibes de verdad y por eso no lo puedes transmitir.
Antes de escribir, siéntelo con atención. Respíralo. Has de parar el tiempo. .
Vuelve a descubrir la belleza de las cosas. Partiendo de la soledad. Partiendo de ti.
Enrique Brossa, Taller de Relatos.
Juntos aprendemos modestamente a escribir y a vivir.
Nuevos grupos.