Salió de aquel encuentro con una sensación agridulce. Sentía un vacío interior que le sorprendió. Durante muchos años había soñado e imaginado aquel momento y creía que con ello curaría definitivamente su herida. Una herida que le había desgarrado por dentro años atrás y que, como un puñal clavado en el alma, se desangraba a borbotones en forma de lágrimas. Había llorado tantas veces que al final quedó inmunizado y esa ausencia de fluido lagrimal se interpretaba como una total insensibilidad y falta de empatía hacia los caminos tortuosos de los demás.
Eran muy jóvenes los dos. Se habían conocido en una verbena y desde el primer momento, cuando sus miradas se encontraron, supieron que entre ellos existiría una historia de amor. No hizo falta mucho tiempo para que se desatara una pasión frenética entre ellos. Se sentían almas gemelas y parecían que los habían traído a este mundo para encontrarse. Se entregaron y se anularon mutuamente. Sólo vivían el uno para el otro como si no existiera nada más en el universo que ellos dos. Se amaron frenéticamente y como animales en celo. Se necesitaban. Se devoraban. Las despedidas eran dramáticas. No soportaban estar ni un minuto separados. Se fugaron y regresaron. Era un amor tan puro y salvaje que no se dieron cuenta que los estaba matando. Abandonaron todos sus proyectos para entregarse a sus obsesiones. Así continuaron durante unos años donde sólo contaban los días vividos juntos. El resto del tiempo era la escoria de sus vidas, sólo servía para atormentarse con el reencuentro.
-¿Cómo estás ? -sonó la voz de ella al otro lado del auricular.
-Ahora que hablo contigo mejor.
-Ya no te quiero.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Te dejo. Me he enamorado de otro.
A partir de ese momento se le instaló la sed de venganza. Quiso olvidarla pero no pudo. Quiso odiarla y tampoco lo consiguió. Cada intento por tramar un plan para hacerle daño fue desmoronado por una fuerza invisible que no le permitía actuar contra ella. Lo pagaron las mujeres que se cruzaron en su camino. Aquello que no podía hacer contra quien le había traicionado se lo hacía pagar a inocentes que no entendían un comportamiento tan cruel y misógino. Fue incapaz de amar a nadie más durante mucho tiempo.
Poco a poco fue perdiendo ese afán de venganza y recuperando los sentimientos. Fueron pasando los años pero el recuerdo de ella seguía ocupando su mente. Era como un tumor enquistado. Se había acostumbrado a vivir con él mientras seguía albergando la esperanza de reencontrarse con ella algún día. Creía que de esa forma cerraría definitivamente la supurante herida y que la mejor venganza era demostrarle que su vida había sido mucho mejor sin ella. Necesitaba verla una última vez.
La vio, se curó… pero se amputó una parte de sí mismo.
Mientras regresaba a casa, iba pensando en que mataría por colaborar con DesafiosLiterarios.com y así poder escribir esta historia al completo.