14:00 aproximadamente
Antes de llegar allí, me detuve en la cola que se había formado para las duchas. La arena abrasaba y tuve que deshacerme de todo lo que llevaba encima (otra vez) para calzarme la chanclas que las tenía, cual aventurero en busca de gloria, atadas a mi mochila. Todo ello lo tuve que hacer sin perder tiempo y observando cómo se me iban colando cuerpos coloraos (ese color característico de las gambas a la plancha) en busca del consuelo del agua dulce. No para calmar el ardor epidérmico, sino porque les molestaba la sal.
A punto de tocarme el turno, con las extremidades superiores casi dormidas de tantas cosas que sujetaba y al borde del desvanecimiento (habían pasado unos cinco minutos bajo la furia del dios Helios), divisé como un grupo de chavales corrían por al paseo enarbolando, a modo de arma peligrosa, sus móviles. Me quedé observando cómo habían virado hacia la playa y acudían en tropel hacia donde yo me encontraba.
Al principio me pareció gracioso ver como correteaban esos aspirantes a adolescentes (campeones de poluciones nocturnas) pero pronto me percaté de que arrollaban a todo aquel que se encontraban por el camino. Ciegos y desordenados corrían como si les persiguiera el mismísimo demonio.
—¡Puaj, puaj..! ¿Qué coño…? —intentaba sacarme la arena de la boca. Ésta había acentuado la sensación de sequedad que ya tenía…
—¡Perdón señor! —dijo el último del grupo, el más jovencito y que parecía que aún conservaba cierta candidez infantil…
—¡Malditos niñatos! —acerté a decir de rodillas y viendo como habían quedado desperdigadas todas mis pertenencias.
Un gamba disfrazada de orondo germánico se apiadó de mí y me ayudó a ponerme en pie, cosa que intenté hacer con toda la dignidad que era posible en aquellas circunstancias.
—Pokémons, jaaagenn pokémons…
—¿Cómo, qué dice ? No le entiendo.
—El señor este tan grandote, hijo de la gran Alemania y que ha sido tan amable de ayudarlo a usted a recobrar la posición vertical, que tan grotescamente había perdido, le está diciendo con una mezcla de ignorancia idiomática, atontamiento por haber tomado tanto el sol y los litros de cerveza que ya lleva metidos en el cuerpo, que esos críos lo que estaban haciendo es cazar pokémons.
Quien tan servilmente me estaba ayudando con la traducción simultanea, era un súbdito peruano, camarero en Alemania y que también estaba de vacaciones en nuestro país, porque allí, en Alemania, ahora no es temporada alta, como sí ocurre aquí, en nuestro país, en España.
—¿Y qué diablos son los Pokémon?
—¡Ay, señor! Con mucho gusto le contestaría. Nada me gustaría más si pudiera. Es apasionante hablar de los Pokemon, pero mi señora esposa, sabe, con la que me casé y madre de mis dos hijas, de 9 y 11 años, está esperando a que le lleve los helados de las niñas, que todavía no he comprado porque me tropecé con la escena , ya antes referida, y que dio con usted de forma caricaturesca en el suelo y con el orondo alemán rescatándolo.
—¿Sabe dónde van a parar todos los desagües de los edificios diseminados a lo largo de toda la costa española?
—Claro señor. Eso lo sabe hasta un niño: toda esa mierda va a parar al fondo del mar.
—Pues, pues…pues, puede irse…¡Puaj, puaj! —comencé a toser y escupir otra vez…
—¿Se encuentra bien, señor? Le aconsejo que beba algo para aclararse la garganta. Buenos días tenga usted y su señora, si es que la tiene y no me extiendo más porque llego tarde. Ya me disculpará usted.