La modestia no era su principal virtud, aunque no se merecía la reprobación por ello. Era pulcro, ordenado, detallista, exigente, perfeccionista…Era insoportable. Una de esas personas tan repelentes a las que nunca quieres tener cerca porque acaba ridiculizándote al encontrar siempre algún defecto en tus formas. El interior no le preocupaba tanto porque no se podía representar físicamente y con elegancia.

No toleraba que la gente incumpliera las normas establecidas, ya fuera en el trabajo, en la sociedad, en la comunidad de vecinos , en la circulación e incluso con hacienda. Él nunca se las saltaba ni las cuestionaba. Tampoco aceptaba que lo hicieran con las suyas cuando le tocaba ser a él quien las impusiera. Eso le granjeaba más de un enemigo y numerosos conflictos porque era intransigente.

Trabajaba con tesón y perseverancia esperando lo mismo de los demás. Acabó casi siempre defraudado y se convirtió en un insatisfecho crónico. Se entregaba con devoción a cualquier tarea que se propusiera o le encomendaran. Esperaba siempre ser correspondido cuando colmada de cumplidos a algunas de las pocas personas que admiraba. Tampoco solía recibir respuesta positiva, todo lo contrario: veía como la gente se evaporaba cuando él hacía acto de presencia. Impartía las lecciones (siempre magistrales) de forma ejemplar. Sus clases siempre estaban llenas de alumnos pues nadie se quería perder sus ponencias ni su puesta en escena.

Vestía de forma exquisita. Con buen gusto y buena cartera para adquirir prendas únicas que no originales. Nunca un botón desabrochado, una corbata torcida o unos zapatos sin abrillantar. Nunca sin un pañuelo sobresaliendo del bolsillo de la americana o unos gemelos bien alineados cerrando las mangas de la camisa de cuello italiano. Cuadriculada , por supuesto. El pelo perfectamente cortado «a la navaja» y engominado después. Afeitado siempre aunque fuera necesario hacerlo dos veces al día.

Como anfitrión era perfecto. Agasajaba a su invitados con los mejores manjares, platos llenos de armonía nutritiva y perfectamente maridados con buenos vinos de todos los colores. El colofón siempre era con Champagne francés. Ni en esas ocasiones especiales se permitía el lujo de romper sus propias disposiciones e ignoraba esos excelentes caldos.

No fumaba, no bebía y su alimentación era equilibrada, ligera y adaptaba diariamente a las calorías que necesitaba. Así el día que le tocaba hacer deporte era una com más proteínas y carbohidratos que los días más sedentarios donde abundaban entonces las verduras y frutas. No dejaba nada al azar. Todo lo tenía controlado y previsto en su casa. Sabía exactamente a qué hora se tenía que levantar y se aseaba siempre con el mismo ritual. Y así durante todo el día. Naturalmente no sabía improvisar y cuando le asaltaba un sobrevenido casi siempre le daba un soponcio. Se ponía enfermo de ansiedad y más de una vez acababa en el hospital, con la bolsa y el neceser preparados por si se tenía que quedar ingresado. Llegó a creerse que podía dominar su destino …y el de los demás.

Con sus hijos era estricto y poco condescendiente. Pretendía construirlos a su imagen y semejanza. Los aleccionaba moralmente para que fueran individuos socialmente perfectos, como él. No les faltó de nada si dejamos fuera del recuento la empatía, la tolerancia, la flexibilidad y el perdón. Lo que más odiaba en el mundo eran la debilidades humanas y quería que los de su estirpe fueran inmunes a esa falta de carácter.

Siendo así no es de extrañar que aquel día casi perdiera la vida por la vergüenza y el escarnio público que sufrió. Por fin tomaba de su propia medicina. No le ofendía tanto el menosprecio de los demás sino el suyo propio. Todo lo que había edificado en base a una forma de vida perfecta de cara a la galería, se había ido al traste en un momento. Hasta su mujer y sus hijos lo sancionaban con sus miradas porque no se atrevían a manifestarse de otra manera.

Nunca pensó que sería un animal y no una persona quien lo pusiera en evidencia. Ese funesto día salió a pasear a su perro a las siete de la mañana, justo antes del aseo personal como marcaba su programa. El can tenía que hacer sus necesidades mayores y también las requerían el levantamiento de la extremidad posterior, a la misma hora y en las mismas farolas y rincones. Solía ser así casi siempre , pero en el reino animal las normas humanas no siempre se pueden cumplir y nunca son comprendidas. Humanizar a un perro es uno de los grandes errores de los que confunden respeto con igualdad.

El cachorro tuvo un apretón cosa bastante normal en cualquier forma de vida animal y humana. Se detuvo súbitamente de regreso a casa. Adoptó la postura para expeler sus miserias a pesar de los tirones que su dueño le daba para que desistiera de la idea porque no tocaba hacerlo ahora. Cabezón, el chucho siguió apretando y cerrando los ojos para concentrase al máximo y acabar con ese trance lo más rápido posible. Dejó una plasta compacta y formando una espiral geométricamente perfecta, como cabía esperar de su perro. El animalito levantó la mirada y sus ojos adoptaron una caída tristona para la que estaba especialmente dotado. Se la sostuvo de forma tierna y profunda como diciendo: «lo siento, no podía aguantar más, al menos ha quedado bonita…»

Ante esta adversidad no pudo reaccionar porque no lo había previsto. Pronto se percató de que no le quedaban bolsitas para recoger los excrementos. Solo había cogido una porque nunca necesitó dos, pero hoy su mascota había decidido hacerle la vida imposible. Se le vino el mundo encima, «¿y ahora qué hago?», se preguntaba. Mientras tanto el perro seguía con su mirada melancólica esperado una orden precisa para levantar las posaderas del suelo.

Se notó el pulso acelerado. Miró a hacia un lado y el otro. Miró también a su perro como buscando su aprobación. Como era de esperar esta no llegó no por ser un indisciplinado sino porque ni hablaba ni sabía interpretar a su dueño. Le dio un par tirones a la correa como indicando que se pusiera en marcha. El can no atendió porque sí sabía que antes de marchar aquel mazacote había que recogerlo. Esta vez el tirón fue tan fuerte que lo levanto del suelo. Siguió tirando de él hasta entrar en su casa dejando los pestilentes residuos allí donde los había depositado el cuadrúpedo.

Se dejó caer en el sillón abatido. Cuando recobró la serenidad repasó todo lo sucedido y se sintió reconfortado pensando que nadie le había visto. Pero nada más lejos de la realidad. A unos metros detrás de él, se encontraba viendo toda la escena uno de sus alumnos que también estaba paseado a su perro. Aquella visión de incivismo le dejó boquiabierto y no se le ocurrió otra cosa que gravar con su teléfono toda la secuencia.