Viene de: EL ALBA DE LOS TIEMPOS (Hace 40.000 años) 1ª Parte – desafiosliterarios.com

EL ALBA DE LOS TIEMPOS

(Hace 40.000 años)

II

Tenían que sobreponerse y vencer la parálisis que el terror obraba en ellos. Uhm pensó que la cornisa era insegura y que debían salir al sendero que, a través de la ladera de la montaña, llevaba al fondo del valle. ¡Necesitaban apresurarse! Sin embargo, caminaron con lentitud, esperando el avance renqueante de los heridos. Convenía ir juntos y apoyarse unos en otros, hasta alcanzar el terreno abierto de la pradera que bordeaba el lecho del río y que en aquellos momentos era un hilillo de agua, perdido de repente su caudal. No comprendían la causa de sequedad tan repentina.

Casi habían llegado a la empalizada, cuando ante ellos la tierra se abrió, trocando el camino en una sima profunda. No sabían qué hacer, pero era imposible volver atrás. La cueva que momentos antes fue su hogar, ahora rujía escupiendo lava entre el crepitar de las rocas candentes y los silbidos de los gases al liberarse de una tensión inusitada. Uhm observó la pared vertical de piedra y comprendió que no la podrían escalar. ¡No tenían escapatoria!

El aire era cada vez más ácido y una lluvia sutil de cenizas agrisaba lo que descubría la vista. Comenzaron a caer gruesos goterones que irritaban la piel e intuyeron que, en aquella atmósfera agresiva, era necesario hallar con urgencia refugio.

La barricada había caído y pendía en equilibrio del borde. No había tiempo que perder y, sin pensar en el peligro, asiéndose a los salientes descarnados de la peña y apoyando los pies en las irregularidades, Uhm avanzó con lentitud exasperante. En ocasiones, los resaltos se deshacían al aferrarlos con las manos o al apoyar los pies sobre ellos, haciéndole temer un despeñamiento. El sol se elevó y, a través de las humaradas, alumbraba con rigor la escena. Los demás observaban sobrecogidos. Algunos se postraron y, entre ayes, suplicaban amparo al dios de la luz.

Por fin, Uhm logró pasar sobre el precipicio. Tomó la lámina filosa de sílex que llevaba a la cintura y cortó las lianas que aún fijaban los troncos. Uhm miró con expresión calculadora los bordes del camino descarnado. Después observó el tamaño de los troncos, imaginando tender un puente que les sirviera para cruzar el hueco. Los demás esperaban ansiosos, sin saber qué se proponía, pero esperanzados en el ingenio del miembro más inteligente del clan.

Arrastró el madero con esfuerzo penoso y comprobó que el peso era excesivo. Con los restos de las lianas que habían soportado la unión de la barrera y algunas tiras de tendones de animales y pieles trenzadas, improvisó cuerdas con la extensión suficiente. Las anudó a un extremo del leño y las lanzó a sus compañeros, indicándoles que debían ayudarle tirando hacia sí.

A cada impulso las amarras se tensaban en exceso y les hacía temer que pudieran romperse, pero no tenían otro medio e insistieron con el corazón encogido por la incertidumbre. Así, sumando fuerzas de esa manera, lo consiguieron mover y fijar sobre los límites de la cornisa, entibando los extremos con piedras para evitar que rodase. Por fortuna, hacía rato que la tierra dejó de temblar y se colmaron de esperanza en que el mundo volviese a la normalidad.

Abajo el valle permanecía solitario y, salvo los estallidos ahogados de los volcanes, y el crepitar de los incendios, todo continuaba en silencio. Ya no sonaba el agua al discurrir por el seno del río, ahora seco. No se oía el barritar de los mamuts, ni el piar de las aves. Todo cuanto alcanzaban a ver desde aquella altura aparecía sin vida, excepto la espesura de los bosques y las praderas multicolores, en las que no pastaban los rebaños desaparecidos y que ahora estaban en peligro de sucumbir, devoradas por las llamas.

De uno en uno fueron vadeando la sima a paso lento sobre el madero y apoyando las manos en las rocas de la pared. Parecía que estaban a salvo, pisando ya la firmeza del sendero. Tras ellos quedaba el abrigo de la cueva que había sido su hogar, ahora arrasado por las secreciones ardientes del fondo de la tierra. Sus pertenencias, incluidas sus armas arrojadizas, las habían extraviado en su huida. Se sentían vulnerables ante los peligros que, con seguridad, les estarían acechando y avanzaban con los sentidos alerta.

Aligeraron el paso. Mientras, la lluvia incesante de cenizas seguía igualando cuanto había a la vista en un monótono color blanquecino. El aire grávido de gases ácidos, dificultaba la respiración y hacía que el esfuerzo de desplazarse se hiciera penoso. Uhm, cortó una tira de su vestidura de pieles y se cubrió con ella nariz y boca. Los demás le imitaron y pudieron proteger sus vías respiratorias de aquella tortura.

Caminaban lagrimeando entre helechos gigantescos y, de repente, de entre ellos surgió la figura de la bestia más pavorosa. El terror los paralizó y el felino, de colmillos tan largos que podían atravesar el tórax de un hombre recio, con movimientos ágiles se aprestó al ataque. Les observaba agazapado, con la grupa alta y la cabeza gacha, el lomo arqueado y sus patas contraídas para darse impulso.

Uhm perdió la esperanza. Miró con tristeza a sus compañeros, convencido de que ninguno saldría con vida. La envergadura del animal triplicaba la de cualquier hombre. Con las fauces abiertas mostraba dientes formidables y los colmillos, curvados, le alcanzaban el pecho. En su mirada se podía vislumbrar instinto asesino y de sus desplegadas garras surgieron uñas puntiagudas, tan afiladas y grandes, como la lámina de sílex que él mismo portaba. Un rugido vibrante le heló la sangre y vio cómo la fiera se preparaba a saltar.