EL ALBA DE LOS TIEMPOS
(Hace 40.000 años)

1ª Parte

El tiempo transcurría en silencio, excepto los ronquidos de los dormidos y el goteo constante de la sudación de las rocas en las áreas húmedas que, con persistencia, al caer formaban enfrentadas estalactitas y estalagmitas. Tres hogueras casi consumidas iluminaban con levedad la parte habitable de la cueva y su luz danzaba entre sombras, por las paredes rugosas y las partes menos elevadas del techo de la cueva. Más adentro la oscuridad era completa.
Uhm abrió los ojos, cuando aún no despuntaban las luces primeras del alba. Le despertó un ahogo repentino, acompañado por escozor en nariz y garganta, que le hicieron estornudar de manera compulsiva. Por los intersticios del fondo profundo de la caverna emanaban gases corrosivos y un olor intenso a azufre caló el ambiente.
Lagrimeando, con los ojos congestionados y un hilillo de sangre surgiendo de la nariz, miró alrededor y comprobó que los miembros de su clan continuaban dormidos, sin apercibirse del peligro. De repente, como si la tierra quisiera vomitar desde las entrañas sus flatulencias tóxicas, se oyó un bramido profundo y la gruta se colmó de vapor amarillento, que hizo aún más difícil respirar.
Uhm reaccionó y con un alarido dio la alarma. Los demás se agitaron sobre sus lechos de pieles y, con dificultad por el adormecimiento y la falta de oxígeno, se levantaron entre gruñidos y chillidos histéricos. Comenzaron a correr de un sitio a otro desorientados y sin saber qué hacer, hasta que Uhm vociferó:
—¡Salir! ¡Salir!
Estalló el caos: corrían, se estorbaban y algunos, dando traspiés, caían rodando por el suelo. Llantos, lamentos, bufidos; ayes y jadeos. Cada cual intentando orientarse hacia la salida con enloquecidos aspavientos, en un sálvese quien pueda, sin auxiliarse entre ellos, ni concebir acción fraterna alguna. Sólo les importaba la supervivencia propia. Uhm, boqueaba buscando aire menos enrarecido y decidió ponerse a salvo, entonces vio a un pequeño de rodillas, sollozando y temblando de miedo, abandonado a su suerte. Con rapidez lo acogió bajo el brazo y corrió buscando el exterior.
Al traspasar la boca de la cueva posó su carga sobre el suelo y con ojeada diligente, comprobó con alivio que el niño, aunque desfallecido, aún respiraba y pensó que el aire fresco le reanimaría con rapidez. Esto le hizo feliz. Estaba sorprendido por los sentimientos, rara vez sentidos, que se descubría. Apreció que algo dentro de él cambiaba. Que comenzaba a ser consciente de sus emociones. Se dio cuenta que la vida es preciosa y que la existencia de los demás tenía tanto valor como la suya.
Se dejó caer exhausto, aspirando con agonía y atropellando bocanadas de aire, en un intento de aliviar el escozor de garganta y la aridez de los pulmones. La nariz dejó de sangrarle y se sintió aliviado. Miró a la criatura que acababa de proteger y la mente se le abrió a emociones nunca sentidas. Conmovido por esos pensamientos, Uhm juzgó atinado arriesgar la vida para conservar la de otros.
Se oyó un silbido agudo y la caverna exhaló con fuerza y abundancia, el hálito pestilente de las entrañas de la tierra. Por doquier surgieron fumarolas y las criaturas aladas de la noche, salieron a bandadas chillando de manera ensordecedora.
La cueva estaba ubicada a gran altura sobre una pared de rocas calizas y se accedía a ella a través de una cornisa estrecha y accidentada. Aquel saliente se extendía hasta alcanzar un sendero, que se adentraba en la montaña entre helechos y espinos. Al finalizar el reborde, en el lugar que se unía a la senda, habían dispuesto una empalizada hecha de troncos afilados, que les protegía de las fieras.
Uhm miró hacia el valle por el que se arrastraba serpenteando las aguas de un río, al que los animales acudían a abrevar y observó cómo un grupo de mamuts y otras bestias, comenzaron a correr despavoridos. Comprendió que algo anormal, que se le antojaba terrible, estaba ocurriendo. El día comenzaba a clarear y el sol, oculto todavía, lanzaba sus rayos encendiendo el cielo. A lo lejos, los volcanes que desde siempre rugían con un ronroneo sordo, se activaron con renovadas deflagraciones y lanzaban piedras a las alturas, para después caer rodando por las laderas. Las nubes de humo subían en torbellinos plomizos, y las lavas caían en cascada por las pendientes. El horizonte ardía y los destellos rojizos, proyectados contra los nubarrones escupidos por las montañas, rivalizaron por momentos con el albor vivo del amanecer.
—¡Correr! —gritó Uhm y corrió a través de la cornisa.
Todos huían tras él y el pánico hizo mella en sus ánimos.
—¡Correr! —repetía— ¡Venir con mi! ¡Escapar! ¡Peligrar vida!
Al fin los rayos del sol alumbraron con plenitud la belleza exultante de aquella naturaleza salvaje. Uhm observó que bajaba el río crecido a causa del deshielo de los neveros, ahora cubiertos por el fuego líquido de las erupciones. De repente, la tierra tembló y cayeron rocas sobre ellos. La cornisa se desmoronó a trechos y el clan de Uhm vio venir el final de todo. Se apretaron contra la roca áspera de aquella pared imponente, agarrándose a los resaltes, temblando y llorando de miedo.

CONTINUARÁ