Hace muchos años,
cuando aún nuestra era no era
y existían hadas y sirenas;
érase, que se era, una fábula de amor.

En un país encantador,
vivía una cándida doncella,
de cuya pureza y gran belleza,
nunca hubo parangón.

En su imaginación y su inocencia,
la joven soñaba con riquezas
y se moría de impaciencia,
esperando un doncel, de realeza,
que del lugar le hiciera reina.

De pronto, entre las piernas se sintió
una rara quemazón…
Una inquietante picazón,
que le hizo despertar a la pasión.

En aquel anónimo rincón,
un príncipe nada hermoso,
desgarbado, jorobado y ya gotoso,
de la doncella se prendó
y, ni corto, ni tampoco perezoso,
abusando de su posición,
ofreciéndole tesoros fabulosos
y curarle de la picazón,
a la joven desfloró.

¡Fue mágico… Grandioso!
Los picores remitieron
y a gusto el ardor cambió,
a pesar de la repulsa,
que por el grotesco príncipe sintió.

Mas era desdichada la princesa;
pues entre lujuria y gran riqueza
su alma la emoción ansiaba,
la que la ilusión ocasionara
avivando el ritmo de su corazón,
por sentir el verdadero amor.

Moraleja: si te sientes un picor,
no te embruje la riqueza,
ni quieras con un roce curación,
que sólo cura tu naturaleza…
¡La ternura del amor!