Un día cualquiera de 1935 a las 20:16.
Una mujer camina por una acera de una gran ciudad, hace calor, un hombre con sombrero, la observa a pocos metros apoyado en la pared.
Ella lleva una pamela, y al pasar frente a él, se descubre debido a tan tremenda calor y deja ondear su pelo al viento.
<Tenga cuidado seňorita, dice el hombre.
<No ve que puede matar alguno de mis suspiros.
Ella lo mira sorprendida dispuesta a responder a tal grosería, pero él sonríe y a ella se le resbala otra sonrisa de la boca.
<Disculpad mi atrevimiento, vuelve a intervenir él.
<Pero si dispusiera usted de tiempo,
me gustaría tomar un café algún día con usted. No por que quiera llevarla a la cama, quisiera llevarla a mi vida.
Ella quiere mostrar indignación, pero la espontaneidad de él, le entusiasma.
<Me sorprende vuestro atrevimiento, así sin más, sin conocernos. Aunque por lo galán de vuestras maneras, quizás acepte ése café, responde ella, ruborizada, pero atraída por él.
<Tan sólo habrá una oportunidad para causar una primera buena impresión, así que caballero, es toda suya, haga los honores.
<Permítame que la lleve al mejor lugar de la ciudad, dice él con seguridad. Siempre que usted esté dispuesta por supuesto.
Ella asiente, superada por el momento.
Da dos pasos hacia ella, su perfume la invade, y se pone a su lado.
<Éste seňorita, es el mejor lugar de la ciudad, a vuestro lado, aunque para el café iremos al local de allí enfrente.
Ella se siente aturdida por esa acción, y se deja llevar.
Ambos caminan hacia el local, ella lo va observando de reojo, él mira al frente, con las manos metidas en los bolsillos y la ilusión disimulada en los ojos, mientras va enumerando sin mirarla, tras presentarse, cada uno de los detalles que ensalzan su belleza.
Llegan al lugar, él aparta una silla para que ella se siente.
<Que caballero, gracias por el detalle.
Al fin sentados.
<Y decidme, ¿creeis en el destino?, pregunta él.
<De algún modo, creo en ésa fuerza que es capaz de cambiar el mundo. En ése hilo rojo que une almas, responde ella.
<Ah, yo la acabo de descubrir, vuestra sonrisa.
< ¿Mi sonrisa?
<Sí, es roja, y me ha unido a vuestra alma al instante con una fuerza inusitada. Tal vez ya no nos veamos nunca más, pero yo ya he visto vuestra sonrisa.
<Un privilegio que no he hallado en ninguna de las maravillas que han visitado mis ojos.
<Me abrumais con vuestros cumplidos caballero.
<Pues me gustaría abrumaros con otra clase de cumplidos, con los aňos cumplidos a vuestro lado. Siempre que tengais un ratito de una vida entera para mí.
<Caballero, ¿es usted consciente de su declaración de intenciones ?
No es intención, es convencimiento.
Y disculpad mi desfachatez, pero son mis palabras que se han enamorado de usted. Estais en vuestro derecho de dar media vuelta e iros, pero, sabed que no podía perder esta oportunidad, si a alguien se le ofrece la ocasión de poder coger un rayo de sol sin quemarse, ha de aprovecharla.
<Éste “café” se ha transformado, interrumpe ella.
< ¿Como que se ha transformado?, ¿en qué?
<En alma
<Oh, ahora es usted quien me deja sin habla, seňorita.
<Sabed que jamás habría aceptado ésta invitación si mi intuición no me hubiera concedido aprobación previa, tal como sucedió con usted.
<Dadle las gracias a vuestra intuición de mi parte.
<De parte de ambos, serán dadas.
<Fue ella quien me colocó en vuestro camino.
<Me gustan vuestras maneras, caballero.
Pues se las puedo prestar unas cuantas vidas, seňorita.
<No las quiero para mí, las quiero conmigo.
<Seňorita, responde él, admirado. Tengo el presentimiento que nos vamos a querer siempre.
< ¿Siempre?, dice ella, mirándole a los ojos. Siempre no será suficiente.