Entramos los tres en silencio en la cafetería que mantenía el letrero luminoso aun estando a plena luz el día. 

 

No sé porqué elegimos aquel local, pero nos llamó poderosamente la atención después de mi fracasado intento.  Quizá fue por su nombre, Bar Los Pringaos, que era una referencia alegórica a lo que me acababa de suceder. Todavía sostenía el arma en la mano aunque a ella no parecía importarle. Sin mediar palabra nos dirigimos allí. 

 

La decoración del establecimiento nada tenía que ver con lo que su nombre sugería. Decorado con colores pastel, metales dorados y maderas ricamente trabajadas. Las lámparas colgaban del techo cubiertas con una especie de tapete con borlas de color rosa. «No es rosa, es salmón», me aclaró más tarde la víctima, ahora acompañante.  Era una mezcla entre Barroco, Art Déco y Naif. Si no fuera porque todavía continuaba conmocionado, me hubiera negado a entrar en un lugar tan cursi. Solo de pensar que algún amigo lo pudiera estar observando me provocaba escalofríos, cosa que ya no experimentaba cuando me enfrentaba a los peligros de la profesión que ejercía. Del Bar Los Pringaos, uno esperaba encontrar un garito lleno de humo y olor a fritanga. Un bar de barrio. Un espacio despejado de ornamentos porque son innecesarios para tomarse unas cañas con una tapa de oreja grasienta. Un lugar ruidoso donde en la barra se acumulan los cercos de los vasos y copas que se han ido sirviendo y donde es imposible mantener una conversación. 

 

Pero aquel lugar era un remanso de paz de color salmón (ya no me confundiré más). La música también era suave, como para no molestar demasiado. Baladas y algo que ahora llaman Cillout, que para mí eran versiones infumables de clásicos del pop. Todas las mesas eran redondas con un mantelito con borlitas también y unas butaquitas tan coquetas como incómodas.  Miré alrededor y estaban ocupadas por parejas todas ella muy acarameladas. Mi estómago comenzaba a rugir y me entraron ganas de coger la pistola y liarme a tiros allí mismo. La gente pareció leerme el pensamiento y me miraron sonrientes como diciendo «tú también eres un pringao». En ese mismo momento lo entendí y no pude evitar una sonora carcajada. 

 

—¿Te hace gracia esta situación? —me pregunto ella.

—Disculpa, no quería molestarte.

—Ya lo sé, tú solo querías matarme.

—Mujer, yo no lo diría así.

—Es verdad, tú te dedicas a la liquidación…

—No en todos los casos lo consigo.

—¿Tienes remordimientos?

—No, es por mi puta mala sombra…

 

Nos interrumpió el camarero que iba perfectamente uniformado: pantalones negros y camisa blanca. Una especie de delantal del jodido color salmón, que hacía conjunto con el resto de la decoración. Creo que nunca más volveré a comer ese pescado. Me acordé de un chiste que siempre me había hecho mucha gracia sobre una persona que confundía los colores con los números. Eso me provocó una ligera sonrisa que el barman interpretó como un signo de mis buenos modales (si supiera lo que yo haría con su delantal…). 

 

—¡Buenos días, parejita!

—Una mesa para tres —respondió ella.

 

El camarero nos miró sorprendidos. Sabía sumar y solo veía a dos personas.

 

—¿Algún problema con eso? —lo intimidé sin perder mi cariñosa sonrisa. 

—Entiendo, esperan a una tercera persona —me guiñó el ojo con picardía. 

—Es para su sombra. Gracias a ella estoy viva.

—No hay problema. El lema de este local es satisfacer (le puso mucho énfasis a esa palabra) los deseos de los clientes. 

 

No sentamos y pude comprobar que los sillones eran más bajos de lo normal. Las rodillas las tenía por encima de las mesa. Me sentía ridículo. Ella sonrió porque se imaginaba el bochorno por el que estaba pasando.  

 

—¿Ha sido mi marido?

—No hablo de mis clientes.

—No tengo más enemigos. 

—Eso nunca se sabe. Si estamos mucho tiempo aquí tendremos unos cuantos más porque a alguno le hago conocer el más allá antes de tiempo.

—¿Te ocurre a menudo?

—¿Entrar en un local así?

—No, hombre. No cumplir un encargo.

—Es la primera vez a las dos cosas.  Pero mi sombra me ha estropeado los planes en más de una ocasión. 

—¿Y entonces qué hacías? 

—Posponía los planes. 

 

Nos sirvió la bebidas sin abrir la boca. Ella había pedido un «cocktail para enamorados» que no quiso saber qué ingredientes llevaba. Yo influenciado por las series de televisión donde siempre beben whisky para todo, me pedí uno. El camarero miró a mí acompañante como diciendo «¿A dónde vas con este paleto?».

 

—¿Para la tercera persona, le sirvo algo mientras llega?—dijo antes de retirarse.

—La sombra, no bebe, no fuma, solo me fastidia los planes y nunca me abandona. No tomará nada. 

 

—¿Debe pensar que estamos locos?

—De jodido amor, viendo lo que nos rodea. 

—¿Ahora soy un trabajo diferido?

—Lo estoy pensando.

—No puedo pagarte más que mi marido y además tu sombra no quiere que lo hagas —sonrió con malicia.

—Por eso hago los trabajos de noche. 

—¿Y esta excepción…?

—Eso me pregunto yo. 

 

Estuvimos unos minutos en silencio saboreando nuestras bebidas. Quise hacer una composición de las parejas que nos rodeaban. Siempre disfrutaba imaginado sus conversaciones, los motivos que los había llevado hasta allí, si eran realmente lo que aparentaban, cuántos de ellos estarían con el amante, si aquel amor tan almibarado era gratuito… 

 

De repente alguien abrió la puerta y un solitario rayo de sol del atardecer entró haciendo reaparecer a mi sombra. Se situó en la silla libre y esperó pacientemente a que yo regresara de mi análisis sociológico. 

 

—¿Puedo saber el motivo por el que me contrató tu marido?

—Por un libro.

—¿Le robaste un incunable de mucho valor? 

—Una novela

—¿Me tomas el pelo?

—Una novela negra que está teniendo mucho éxito. ¿Tú lees?

—Sólo las necrológicas para confirmar mi encargo.

—Pues deberías. Esa novela está relacionada con tu profesión.

—¿Por eso quería matarte? 

—Ha comprado todos los ejemplares que ha podido. No quiere que nadie más la pueda leer.

—No entiendo. ¿Se los va leer todos? o ¿los va a utilizar como papel higiénico?

—No seas bobo. En la novela sale él como el mafioso más peligroso del mundo.

—¡Joder!  ¿Y cómo se llama esa inquietante novela?

—HUIDA. 

—¡Coño! ¿El autor no será MECO JC ?

—SÍ, ¿Cómo lo sabes?

—Porque es mi siguiente encargo.