La casualidad de una tarde de octubre, hizo que se encontraran…Aunque hay quién cree que las casualidades no existen… Diré entonces que, de un modo u otro, se habría producido su encuentro. Estaba escrito en sus miradas. Era entonces el destino el que les había unido. En cualquier caso, siempre podrían haber desistido y ninguno lo había hecho.
Los primeros escarceos entre ellos no pasaron de ser meramente, como quinceañeros, nerviosos, ansiosos, encontrándose al amparo de unas pocas escusas, en citas clandestinas y al margen de sus respectivas parejas.
Sin embargo, era excitante esa sensación… la de saber qué eres especial para alguien. Después de sentir los años que habían pasado tan rápidos este momento se convertía en sal, agua cuando tienes sed, sueño cuando estás cansado y todo ello les devolvía a la vida. Saber que volaban en una dimensión diferente, esta vez más conscientes que en otro tiempo y hace mucho que no sentían.
Decididamente, tanto uno como el otro, buscaban atracción. Una válvula de escape que les sacase de la rutina, aquello que se siente al descubrir a otra persona, capaz de hacer fluir la vida y de poner emociones en la piel, la boca y los besos de unos labios nuevos; la pasión que pueden provocar unos versos; la excitación de una mirada impaciente; la emoción y la curiosidad de probar más, de ir un poco más allá.
Así se inició entre los dos el juego de la seducción, en un claro y manifiesto intercambio de mensajes insinuantes, con los que provocar, fascinar, llenos de réplicas cargadas de erotismo, sensualidad penetrando en los sentidos…
Mostrar, sugerir, jugar con las palabras y los gestos en un acto donde lo que se esconde se enreda en sus mentes, inventando, despertando el deseo apasionado y las ganas de volver a estar juntos sintiéndose cómplices, cubriendo con caricias lo prohibido y negado.
Los hilos de la pasión, una vez desenredados, necesitan de clara contestación. Con un lenguaje nuevo, las palabras abordan los sentimientos, musitando entre los dos todo un bacanal de demostraciones de cariño y confidencias compartidas, que van definiendo sus sentimientos… Poco a poco les va envolviendo el hechizo de las velas humeantes y el efecto de serenidad que provoca la llama en sus propios cuerpos desnudos, despierta el morbo que acompaña a todo aquello, que los dos sabían que no era para ellos. Así respiran las fragancias húmedas y las fantasías flotan entre sus cuerpos, mientras se extienden las caricias deseadas
El tiempo fue imponiendo su dictamen haciéndose el dueño de segundos y minutos, las citas se repiten convocando a las horas estimulando el deseo, aprendiendo a encontrarse en otras manos, en otros ojos, en otros labios nuevos. Y no sentir culpa por ello.
Una tarde de museo quiso que aquella amistad tomara un giro por completo.
A los dos les unía el arte, la belleza y la sensibilidad que se refleja en un lienzo. Él la tomó de la mano y de un arrebato la sacó de la galería a las escaleras interiores de salida, al abrigo de miradas indiscretas. Con decisión la arrimó a la pared, sorprendiéndola con más que unos besos apasionados, provocando la excitación cuando sus manos siente calientes en sus piernas subiendo lentamente desde sus rodillas, desbordando el deseo que provocan los sentidos. Las miradas lo dicen todo. Sus impulsos ahora ya no pueden detenerse. No pueden seguir allí…
Salen del museo entre carcajadas. Las risas les hacen sentir diferentes, al trasgredir las normas en las escaleras. Una chaladura compartida y la excitación de las miradas colgadas en las del otro, llevan a los amantes a un lecho de rosas, donde abandonarse en una espiral de sensaciones nuevas se desata entre los dos, mientras esperan en el vestíbulo del hotel al que se dirigen sin preguntas. El deseo se cuela, entre mente y pensamiento, la magia y el embrujo de una noche de luna llena, envuelve y protege los cuerpos dibujados en la arena…
El crepúsculo precipita los colores en la caída de la tarde con tinturas nuevas.
Ya nada sería como antes.
– Te fías de mi.
Ella contesto con rotundidad
– Sí
Ausente, la ciudad gira sobre sí misma y sus gentes y voces se elevan por encima del cielo de Madrid. Sin darse cuenta de que también sus almas se elevaban a lo más alto, como en una montaña rusa, en un constante ir y venir de emociones, de renuncias, de deseos y dudas, bajando y subiendo en un quiero y no quiero, despertándose los interrogantes a tan desbocada chaladura.
ninguno de los dos dijo no, a la voz que escuchaban sus oídos, dejándose llevar por el magnetismo de los astros. convirtiendo el momento
en una vertiginosa espiral que lo llenaba todo. Mientras ella susurraba repitiendo…
“Deja que pase”…
“Deja que pase”…
Y pasó.