Abelardo apuró los pasos para no dejarse ver con los tíos-padrinos, les había prometido una visita, tres meses atrás, cuando forzosamente tuvo que pasar con ellos las fiestas de año nuevo, y es que ellos, siempre le procuraban excesivo cuidado, lo cual no era muy bien recibido por este hombre, que a sus 38 años, se empeñaba en mantenerse soltero y sin preocuparse mucho del hijo que había procreado con una de sus novias o amigas cazadoras, como las solía llamar. Jacinta y Ernesto, siempre sintieron la necesidad de protegerlo y prodigarle el cariño que según ellos, la vida le había negado, dándole unos padres tan olvidadizos y escurridizos con el afecto, que por centurias, eran capaces de no levantar el teléfono para llamar saber del hijo, cosa que no hacía falta, porque estaban los padrinos más padrinos del mundo, dispuestos a todo por brindarle cariño al manganzón de ahijado, quien en el fondo, les agradecía sus visitas, pero no tan seguidas ni muy largas.

Desde detrás de la columna donde estaba, vio que el par de ancianos caminó hacia el estacionamiento y respiró pausadamente, hasta que los perdió de vista, se reprochó a si mismo por el descarado e ingrato acto y esperó unos minutos, mientras revisaba el iphone y cuadraba alguna cita importante para la noche que se pintaba muy prometedora y desquiciante. Saludó al conserje y sin prestar mucha atención a sus palabras, tomó el ascensor y tarareó un par de canciones hasta que el ascensor se detuvo y abrió su puerta y ver que los padrinos estaban esperándolo en la entrada del apartamento, sorprendido, preguntó cómo habían subido

-Te lo dije, sabía que este muérgano nos miraba desde algún rincón del mundo, ¡no me creíste! , no, no me creíste, pero ahí lo tienes en cuerpo y alma… ¡Dios te bendiga Abelito!… bien, estamos muy bien… nada, pues pasábamos por aquí y en vista de las noticias tan alarmantes que han transmitido en todos los noticieros, venimos a cerciorarnos de que te mantuvieras en tu casa y no cometieras ninguna locura, así que hemos decidido venir a visitarte por unos pocos días…

Ya recuperado del desmayo e instalado en el sofá de su casa, Abelardo se preguntaba que estaba pasando. Sin atinar a entender nada, preguntó tímidamente a que encierro se refería la madrina y cuando por fin comprendió, su rostro se desdibujó en mil expresiones y no encontró palabras para pedir explicaciones acerca de la decisión de los esposos en venir a amargarle las fiestas. -¡Que no entiendes?-, repetía una y otra vez la madrina, incluso llegó a increparle sobre su desconocimiento acerca de la terrible pandemia que estaba amenazando a la humanidad y el peligro inminente que corríamos todos los mortales del planeta. Después de varios regaños le conminó a encender el televisor para que terminara de enterarse y tomara en serio la emergencia.

-Las muñecas debe estar guardaditas en su cajita por estos días, así que olvídate de esta niña y de cualquier otra, tu padrino y yo vamos a cuidarte estos días…- le dijo enérgica y segura de que iba a entrar en razón, más su intuición falló y Abelardo entró en cólera y les reclamó el no haberlo llamado antes para verificar si podían venir a su casa, obteniendo por respuesta un llanto inminente, contenido, pero muy sentido. Se disculpó de mil maneras y al ver que las noticias no avizoraban nada prometedor para la rumba del fin de semana, abrazó a los padrinos y los llevó a una de las habitaciones, hablándoles con voz pausada y melancólica. Revisó la mensajería una y otra vez, en el what’s app solo tenía el mismo mensaje de “Quédate en tu casa” reenviado por todos sus contactos, casi que estaba  a punto de llorar, cuando por fin entró una llamada, era el vigilante de turno en su residencia, anunciándole que recién llegaba una de las niñas, con quien había cuadrado en la mañana, bajó por las escaleras ante la tardanza del ascensor, al llegar a planta baja, tuvo que presenciar como una de las señoras de la junta de vecinos, le negaba la entrada a su amiga, debido a que según ella, la cuarentena establecía que por seguridad para toda la comunidad, no se aceptaban visitas de ningún tipo y que si la chica entraba al edificio, no podría salir hasta que la medida fuera derogada, sentencia que por supuesto sonó muy certera y convincente, que la joven pidió disculpas y se marchó en su moto.

Al entrar nuevamente a la sala de su apartamento, Abelardo contempló tiernamente como los padrinos jugaban a las cartas, ya instalados y comidos en su hogar. Tomó un baño refrescante para apaciguar los pensamientos tormentosos que lo habían invadido tras la partida de la amiga. Se negó a comer y se encerró en su habitación a leer, cayendo rápidamente en un sueño profundo que lo llevó por diferentes galaxias. Volvió a su niñez y se descubrió visitando ignotos y mágicos lugares, tomado de las manos de los ancianos, combatiendo monstruos y enemigos gigantes, para terminar refugiado en los abrazos de sus héroes más cercanos, que nunca lo desamparaban.

Las noticias incrementaron el carácter de gravedad a medida que avanzaron los días y dieron cuenta del número de contagiados y fallecidos en todos los rincones del planeta. Tres semanas de confinamiento, durante los cuales hubo encuentros y desencuentros en la búsqueda de recuerdos y explicaciones acerca del abandono del entorno familiar más cercano de cada uno. Oyó una y otra vez las anécdotas de los padrinos y su promesa de prodigarse mutuo cuidado y respeto, ante la falta de los hijos que no pudieron llegar y entendió como estos dos seres lograron fundirse para siempre, hasta el punto de que parecían uno solo, de hecho, era la madrina quien siempre hablaba por los dos y eso lo tenía muy claro Abelardo, quien siempre se burlaba cuando el padrino respondía a sus preguntas, aquello de que era todo oídos. Sin embargo, no sentía pena por el viejo, lo respetaba y confiaba en él, hasta tal punto que llegó a confiarle su gran plan de escaparse esa noche a casa de su nueva chica y le pidió guardar el secreto para evitar incomodar a la madrina, con la promesa de estar de regreso apenas despuntara el día.

No hubo salida, la intrépida mujer como pudo esculcó hasta en lo más íntimos espacios de la memoria del marido, logró sacarle las palabras delatoras y evitó el gran escape, para desdicha del agraciado ahijado. Esa noche no hubo partidas de ajedrez ni juego de cartas como en las anteriores, la televisión permaneció encendida sin que nadie le prestara atención, ni se sentara frente a ella.

Un encierro de cinco semanas remueve la sensibilidad hasta del más pintado. Sin importar cuantos días llevaban allí confinados, se dieron la oportunidad de interiorizar en los pensamientos de cada uno. Entre risas y llanto fueron capaces de conocer y enfrentar sus temores y desengaños ante la vida que en ese momento, se les ofrecía incierta, pero acabaron por descubrir que juntos eran invencibles y que por muy fuerte que soplen los vientos, el amor de familia nunca será doblegado, aun en tiempos de pandemia…