El sol resplandece y sin descanso mantiene la atmósfera caliente, suerte que yazco bajo la sombra de una acacia y a dos zancadas de una charca. Me llamo Leoncio, nada original para mi felina condición, pero no fui yo quien lo eligió.
Este lugar me gusta por su estratégica posición, domina la explanada en elevada situación. Es a la vez discreto, porque el herbazal que circunda el árbol hace de parapeto, facilitándome el acecho y casi asegurándome la presa, al contar de mi parte con el factor sorpresa. Hablando de capturas, algo debo hacer y pronto al respecto. El ronroneo de mis tripas se triplica pidiendo alimento. Hace más de dos días que espero la llegada de alguien sediento.
¡Qué casualidad! Parece que estos tres bueyes me sepan leer el pensamiento, pues se acercan a este remanso, despreocupados y directos. Solo de pensar en sus carnes, salivo a raudales. Un momento, Leoncio, piensa, ¿estás loco? Que son bueyes, que no ovejas, que con tres de vez no puedes. Pues a ver qué hago, pues sin comer que no aguanto.
“Jijijijiji”, oigo detrás de mí. Tú también los has visto, ¿verdad, amiga hiena? Te propongo un trato; tú me ayudas y luego compartimos plato. Verás, si me acerco yo, se pondrán tensos y recelosos, aun sabiendo que juntos se defienden valerosos. Sin embargo tu presencia, no siendo grata a pesar de esa algazara, no amenaza y me servirás para sembrar su discrepancia.
Acércate por detrás y le muerdes la cola al de más edad, dejando además un “jiji” que pique su curiosidad. Repítelo al poco hasta que provoques su irritación. Si todo va bien, creerá que quien le causa dolor no es otro que su compañero dos. El plan resulta perfecto y el buey anciano, al exigir explicaciones al mediano y éste hacerse el no enterado, rompe en cólera y desaparece, quedándose aislado.
Cuento contigo para otro menester pues más grande será el botín si conseguimos llegar hasta el fin. Esta vez levanta polvo con las patas y, aprovechando ese temporal, te acercas al mediano para faltarle y lo llamas patán. La hiena accede sin chistar. El segundo reacciona rebufando pensando que el pequeño se está pasando. El más joven se desentiende y alzando la cabeza se desprende.
¡Qué ven mis ojos!, ninguno está junto al otro, bueno será que ya empiece con el destrozo. Hiena, sírvete de tus dientes para rasgar lo que yo deseche, pues empieza la cacería del león y sus tres reses.