Las doce campanadas iniciaron la solemne cadencia. Porfirio Buendía descubrió que podía hacerlo. Allí, frente al televisor, en la campanada undécima miró con fijeza hacia la pantalla. En la zona frontal de su cerebro escuchó por primera vez esa “i” penetrante. La última campanada desapareció para siempre. Como si una orden cósmica hubiera bautizado a España, todos creyeron que no habían oído bien y engulleron la última uva antes de felicitarse unos a otros. Su cuñado levantó la copa. Porfirio lo miró y volvió a pensar en la “i”. Aquel imbécil quedó con mirada ida y la copa suspendida en el aire.
El 16 de enero, a las 10.00 p.m., Porfirio Buendía se sentó frente al televisor para ver el cara a cara electoral. Fijó sus ojos en la pantalla y se concentró en la “i” paralizante. Nadie olvidó jamás aquello que sucedió después.