CAPITULO 6: El urólogo

Pedro Córdova Ramírez, era la oveja negra de la familia para su padre Andrés. Era el único hijo que no había estudiado derecho, sino que se había empecinado en ser médico. Pedro perseveró y perseveró y, finalmente, logró graduarse de médico. Luego se especializó en urología y, llegó a ser reconocido en su especialidad. Nunca participó en cuestiones políticas, lo suyo era la salud de sus pacientes. Su vida la dividía entre su familia, sus pacientes en los hospitales públicos, sus pacientes en una clínica privada y sus clases de medicina en la universidad. Su alma era un gran río que avanzaba imperceptiblemente, con un suave ondular y con seres juguetones que se dejaban llevar por aquellas ondas.

Para aquel entonces, Pedro vivía en una casa contigua a la de sus padres. Aquella tarde, no había ido a trabajar por culpa de un resfrío. Había tenido que suspender todas las consultas de ese día. Su esposa había salido al trabajo, sus hijos estaban en la escuela. Él, en la soledad de la casa, moría del aburrimiento. Se sentó frente al ventanal de la sala desde donde se podía ver todo lo que pasaba en la calle. Miraba cada transeúnte y se imaginaba una historia para cada uno.

Fue así que vio un auto detenerse y observo que una chica se bajaba del auto. Al instante la reconoció, era su hermana Victoria… ¿Pero que hacía su hermana en ese auto? La miró con detenimiento y vio que iba llorando. Abrió la ventana y la llamó: ¡Victoria! Ella subió la mirada y lo saludo. Pedro le hizo una seña para que entrara a su casa. Casi al instante, Victoria estaba tocando el timbre. Cuando él abrió la puerta, Victoria se echó a sus brazos con un llanto indetenible.

Poco a poco le fue contando lo que había pasado. Su secuestro, las violaciones a las que fue sometida pero no decía si conocía al autor de tales hechos.

–Victoria, debes decirme quién fue. Esto no puede quedar impune–. Sin embargo, Victoria callaba.

Pedro la auscultó. No había mucho más que lamentar felizmente. Sin embargo, quedó en que al día siguiente la revisaría mejor en su consultorio.

Llamó a su padre y le contó que a Victoria le había pasado algoédico, violación,grave.

–Papá, la situación amerita que nos reunamos toda la familia. ¿A qué hora llega a casa?

–Si es tan grave, voy saliendo para allá. Afortunadamente tu mamá está aquí en la oficina y no tengo que desviarme a buscarla –, dijo Andrés.

Entretanto, Pedro llamó a Daniel, Lucrecia y Rodrigo. En menos de una hora, la familia Córdova Ramírez estaba en casa. Victoria no tuvo fuerzas para estar presente en la reunión. Subió a su cuarto con su alma partida en mil pedazos, su madre trató de acompañarla pero todo fue en vano.

Pedro contó cómo había visto a Victoria llegar, cómo la vio bajarse de aquel auto, los exámenes que le hizo y los que le haría el día de mañana. Finalmente, Andrés Córdova habló:

–Está claro que Victoria fue violada una cantidad de veces indeterminada. Pedro, tú que viste el auto que la trajo ¿Podrías decirme si tenía algo particular? ¿Tenía alguna placa oficial?

Pedro empezó a hacer memoria y recordó que el auto tenía una placa como la que usaban los de las fuerzas armadas.

–Papá, era un carro de las fuerzas armadas. Era una placa azul con el borde blanco, como la que ellos usan. Las placas de otros carros oficiales tienen un color distinto. Esta era azul, sin lugar a dudas.

Eso basto para que Andrés Córdova concluyera que dentro de ese auto solo podría estar un militar: El general Peña Sandoval.

–Esto no puede quedarse así. Hay que denunciarlo para que el culpable pagué lo que hizo–, decía Pedro.

Fue entonces que su padre dijo:

–Podemos denunciar, pero no vamos a obtener justicia. Alguien de las fuerzas armadas no va a pagar por una violación. Antes dirá que Victoria se le entregó y, lo peor de todo, es que le van a creer y, van a mirar a tu hermana como si fuera una leprosa.

–¿Y entonces no hacemos nada? Miramos hacia otro lado y ya.

–Pudiéramos tomar la ley en nuestras manos. Si lográsemos descubrir quién fue, lo pondríamos a pagar–, dijo Rodrigo.

Andrés mirando a Rodrigo dijo:

–Es una posibilidad, pero quiero que sepan que una vez que tomemos ese tren ninguno de nosotros podremos bajarnos de él. Creo saber quién fue el autor de este crimen contra mi muchacha–, por primera vez, se la aguaron los ojos, –sospecho que fue el general Peña Sandoval.

–Nada más ni nada menos que el comandante general de la aviación–, musitó Daniel.

–Por eso fue que dije que cuando nos subiéramos a ese tren no podríamos bajarnos, y si nos llegamos a bajar, es porque podemos estar muertos–, dijo Andrés mientras posaba su mirada en cada uno de sus hijos.

Andrés siempre había sido un hombre equilibrado, siempre había tratado que las aguas de su alma mantuvieran la tranquilidad que se requiere para tomar grandes y acertadas decisiones. En un agua turbia es muy difícil ver todo el panorama necesario para tomar una decisión importante. Esta era la primera vez en su vida que el agua de su alma estaba, no solamente turbia, sino que empezaban a salir seres que ni él mismo conocía hasta ese día.

–Estoy cansado de ver como Peña Sandoval, mancilla las almas de cuenta mujer se le antoje. ¿Habrá una forma de quitarle su hombría y que viva con eso hasta su muerte?

Rodrigo y Daniel dijeron que ellos no se irían por las ramas: Un tiro en la frente y listo. Lucrecia que no había dicho nada hasta ese momento, dijo:

–Y después, les dan a cada uno de ustedes sendos tiros en la cabeza, cortesía del gobierno. Ustedes, son los que menos pueden ejecutar cualquier venganza. ¡Están demasiado vigilados!

Don Andrés asintió: –Lucrecia tiene toda la razón. Entonces quedamos Pedro, yo y tú, Lucrecia.

Fue entonces que Pedro habló

–Papá, usted habló de quitarle la hombría a ese general. ¡Yo sé cómo hacerlo!–, todos fijaron la mirada en Pedro quien continúo hablando.

–Lo que hay que hacer es castrarlo… y yo–, le tembló la voz por un instante, –puedo hacer esa operación quirúrgica–.