El tiempo pasa, la identidad perdura.
Sigo siendo el loco que habita en su desvarío.
En la insoportable lucidez del insomnio
me hace estragos la levedad del ser,
tejo cuerdas con las arenas de mi pecho
para desanudar el corazón de su delirio.
Y desnudar el alma de presagios
sin espantar los pájaros que la habitan.
En silencio comulgo con las sombras
Y abrazo el guiño de la luna,
Nada queda en el cielo ni en mi ruina.
El sueño solo es un simulacro
para darle una tregua al olvido.
Y sigue la estupidez hasta el vértigo,
porque amo, porque vivo, porque vuelo
cuando las densas nubes del sobre cielo
se vacían en las entrañas de mi subsuelo.
Me desmarco de la incertidumbre,
me plago de robustas alegrías,
sin imposturas la esperanza me es fiel,
la luna versa sobre mi historia.
No hay remedio para esta vocación atroz.
Presiento en modo imperfecto y secreto
que en los laberintos de mi razón
a pesar de que se arruinen mis ruinas
pervivirá la poesía.
Tengo memoria de innombrables nostalgias
pero ninguna se ha podido acorazar contra el olvido.
Y no quiero que tu recuerdo cruce nunca ese umbral,
porque siempre he vivido de repetir tu nombre como un salmo,
aunque mis amigos dicen que más bien se ha vuelto mi evangelio.
Y que usurpa dimensiones ilimitadas de mi cordura en riesgo.
Te confieso en público que formas parte vital de mi tesoro secreto.
Y de la íntima esperanza que resguardo para el porvenir.
A pesar de todo el desasosiego.