Me mira con los ojos cubiertos de terror,
le acaricio las mejillas, y las lágrimas caen a borbotones.
Le quito la cinta de los labios, suplica perdón. Me río, lo beso,
le muerdo los labios y le escupo la cara. Le vuelvo a silenciar.
Él continúa su desconsolado llanto, y le pego un puñetazo.
Mira hacia mi mesa de trabajo.
Se sacude, intenta escapar, sin éxito.
-¡Shhh! ¡Quieto! Una vez te desangres esto se termina. -Le advierto.
Grita, pero nadie puede escucharlo.
Yo disfruto viendo cómo sufre.
El victimario ahora es la víctima.
¿No es la vida un perfecto enigma, una ecuación perfecta?
El bisturí corta la piel. Le duele, le quema,
se arrepiente de haber sido un mal tipo pero es tarde,
ya no hay arrepentimiento que valga.
Continúo mi corte, y le hago un tajo al corazón, uno, dos, tres, treinta.
Estoy cubierto de sangre. La policía llega en minutos y me llevan preso.
El telón cae, vuelve a subir y el ingrato corazón sigue latiendo.