“Me dijo: – He de amarte todos los días de mi vida y en los que más tristes te vea, te recordaré lo mucho que te quiero.

Respondí: – Yo te amaré hasta en esos días en los que tengas ganas de matarme, y cuando te acerques a mí con los ojos inyectados en sangre, te robaré un beso, dos, tres, los que sean necesarios para que entre ambos reine la calma, esa paz, que apenas tú consigues darme.
Se acercó, me plantó un beso. Y en ese juramento de amor, sellamos nuestro futuro.

Han pasado treinta años, y le sigo amando como aquel día.”