Una de las cosas que no te conté en su momento es que en uno de los domingos que no viniste a verme mientras estuve ingresada en la clínica fue Carlos quien lo hizo. La verdad, no me lo esperaba pero me llevé una gran alegría, aunque no se lo quisiera demostrar de inmediato, sobre todo después de la discusión habíamos tenido la última vez que nos vimos. Ya sabes que fue a cuenta de todo lo que dijo sobre Ricky. En aquel momento me resultaba un poco difícil de tragar que hubiese una enemistad tan grande entre los dos hombres que más significaban o habían significado en mi vida. Después de papá, claro. El uno era el pasado y el otro el presente y tal vez, solo tal vez el futuro. O eso creía yo. Bueno, al final ha resultado así, aunque no en el orden en que yo pensaba.

Ese día Carlos fue muy amable a pesar de que mi recibimiento no fue lo que se dice cordial. La verdad es que estuve muy borde con él, pero no se quejó en ningún momento.

—Pero mira a quién tenemos aquí. Al mismísimo Carlos Escalante, el gran periodista que va a destapar, él solito, toda la corrupción de nuestros políticos.

—Vamos, Sandra, que solo he venido a ver como estabas —dijo haciendo caso omiso de mi impertinencia y dándome un beso en la mejilla que yo no quise esquivar, pese a que aún me sentía molesta con él.

—Pues ya ves… —contesté con desgana y algo reticente.

—Te encuentro muy recuperada. Si hasta tienes las mejillas sonrosadas. Hacía tiempo que no te veía con tan buen aspecto. —Esbozó una leve sonrisa y me ganó, porque de repente ya no estaba enfadada con él.

—Es el régimen de engorde de este puñetero sitio… Les agradezco lo que hacen por mí, no te creas, pero me muero por que me dejen salir de una vez.

Yo también sonreía. No solo sonreía, sino que sentía un cosquilleo en el estómago que me hizo recordar tiempos pasados. Cuando estábamos juntos. Cuando Elena y su trágica muerte era solo una sombra pequeñita que no llegaba interponerse entre nosotros sino que nos acompañaba y parecía que nos alentara a seguir unidos. ¡Por Dios, mamá! Tenías que haberlo visto: ¡estaba tan guapo! Se había quitado la barba y parecía que había rejuvenecido varios años. Por primera vez lo vi con determinación, sin esa mirada triste que arrastraba desde lo de Elena. En ese momento me pregunté, no sin un poco de amargura por qué lo nuestro había tenido que acabar tan mal. Si nos queríamos, si nos entendíamos tan bien… En aquel momento, en mi mente se engrandeció la figura de Carlos y por el contrario la de Ricky se me hizo pequeñita. De Carlos había estado muy enamorada, de Ricky tan solo quería estarlo poniendo en ello toda mi fuerza de voluntad. ¿Pero acaso la voluntad es suficiente para amar a alguien?

Seguimos hablando largo y tendido sobre mil cosas, esquivando siempre todo lo relacionado con Ricky. Me preguntó sobre mis nuevos proyectos y le hablé acerca de la novela que estaba terminando. Luego yo le pregunté por los suyos. De repente se puso serio y me dijo:

—¿Sabes, Sandra? Me han ofrecido ir como freelancer a Grecia a cubrir todo el asunto este de los refugiados. Me lo estoy planteando seriamente. Aquí, ahora mismo no me retiene nada…

La vista se me nubló de repente. Era cierto que él y yo hacía mucho que ya no éramos pareja, pero estaba acostumbrada a su presencia constante en mi vida, a saberlo cerca de mí como a un gran amigo con el que sabes que siempre puedes contar. No quería que se marchara.

—¿Cómo que nada? ¿Tu familia no es nada? ¿Tus amigos no son nada? ¿Tu trabajo en la revista tampoco significada?

—La revista va mal, es posible que cierre y ya lo tengo hablado con el director. La parece bien que busque otros caminos, ya que él poco me puede ofrecer ahora mismo. Además, me ha asegurado que en caso de que cambie de opinión, me recibirá con los brazos abiertos, siempre y cuando la revista siga en pie…

Se me hizo un nudo en la garganta y tragué saliva.

—En cuanto a la familia y los amigos no tendrán más remedio que comprenderlo. Ya soy mayorcito como para llevar mi vida del modo que crea más conveniente. ¿No te parece?

—Pero, ¿y yo…? ¿Yo tampoco significo nada para ti?

—Tú, querida Sandra, lo serías todo si quisieras. Pero ahora has empezado otra relación y parece que la cosa va en serio.

Entonces vi como sus ojos se humedecían apartó por un momento la mirada hasta que pudo recomponerse para continuar. Me acerqué y lo abracé mientras permanecía en silencio. No me creía con derecho a decir nada en aquel momento.

—Yo ya no pinto nada en tu vida. No me pongas las cosas más difíciles de los que ya son.

Sabía que no era cierto, que Carlos en mi vida «pintaba» mucho todavía. Pude haberle pedido, suplicado que no se fuera, pero no lo hice. A pesar de que sabía que su marcha me iba a producir un vacío enorme. Creo que me di cuenta de lo extremadamente cruel y egoísta que estaba siendo. Por eso bajé los brazos y dejé de insistir. Él fue muy generoso al no habar de Ricky en aquella ocasión, aun sabiendo que ambos lo teníamos muy presente a pesar de que no lo mencionáramos por su nombre en ningún momento.

—Supongo que tienes razón —acerté a contestar con la voz desmayada—. Solo prométeme que tendrás cuidado. Se oyen tantas cosas por ahí…

—Descuida, eso está asegurado. Lo tengo todo muy bien planeado y la zona donde vamos a estar es de las más seguras de la zona. No te preocupes por mí. Además, no te creas que aquí estoy mucho más seguro. ¿Sabes, Sandra…? —por su gesto vi que era algo que no quería confesar abiertamente, pero que de alguna manera se le escapó—. He recibido amenazas más o menos veladas por todos los trapos sucios que están saliendo a la luz por mis investigaciones.

—¡Amenazas! ¿De quién? —le pregunté de inmediato.

No me quiso contestar y en aquella ocasión su silencio fue más elocuente que cualquier respuesta que me hubiera podido dar. Sin decirlo todo apuntaba a Ricky o a su entorno más cercano.

 

Aquella vez nos despedimos con un beso apasionado que me hizo revivir momentos que ya creía olvidados. Volví a darme cuenta de que la voluntad no manda en el corazón, pero decidí ahogar ese sentimiento.

Antes de irse, ya no pudo controlarse y ya en la puerta me hizo una última advertencia sobre Ricky.

—Créeme Sandra. Tarde o temprano ese patán acabará mal, lo sé. Así que atiende bien porque es la última vez que te lo digo. Sé lista y apártate cuanto antes de él. Si cuándo caiga estás junto él, también a ti te arrastrará al fango.

Él se marchó y yo me quedé desolada. Tal vez porque que Carlos se marchaba y no me había atrevido a decirle lo mucho que me seguía importando. O tal vez porque me seguían doliendo sus intentos —hasta entonces fallidos— para demostrarme que el hombre que me cuidaba con tanto esmero; que velaba como ningún otro por mi salud;  que me hacía la vida un poco más fácil; al que intentaba amar con toda mi voluntad aunque no siempre lo consiguiera, en realidad no era merecedor de mi cariño.

 

En el transcurso de la semana siguiente salí de la clínica, como ya sabes y vinisteis a recogerme Ricky y tú.

—Pero hija, cualquiera diría que te han dado el alta. ¡Vaya cara que me traes! —exclamaste al verme sentada y ya con la maleta preparada.