Llegué a temerme.
Nunca fui demasiado buen escalador
y dentro de mi habían demasiados abismos.

Tras cada tropiezo allí estaba al acecho,
tratando de engullirme y más de uno
me atrapó en su vértigo oscuro,
de abismo sin paisaje.

Pero si los tenían,
eran rotos o sucios,
o incluso de emociones descarnada,
era fríos y solitarios,
donde nace esa tristeza impia,
que te roe hasta los huesos
y debasta hasta los huracanes,
donde el plomo pesa menos que el animo
y se desoyen las palabras de tu pecho.

Eran hechos de vacío estrecho
donde ni el alma se mueve,
y de tedio olvidado
que no mata pero condena con saña.

Si, así eran o quizás algunos peor
no quiero ni atreverme a pensar
que serían aquellos más hondos
donde ni luz ni la paciente claridad alcanza.

Cayendo no eran rasguños si no jirones en mi piel
y mis manos no bastaban para asirse,
pues sin mirada que te ampare
no hay recoveco que te guarde.
Si…
Llegue a temerme en mis abismos insondables
pero el eco, él si alcanza en la profundidad
y mi eco se convirtió en conciencia
y mi conciencia en creación
y mi creación fueron palabras
y mis palabras tornaron en alas
y con alas fuertes
no hay abismo que ya tema
ni oscuridad que del cielo me aleje.

Fran Rubio Varela ©octubre2018