Cuando llega la noche, suceden cosas extrañas en los cementerios de las que la mayoría de los mortales no nos enteramos. Hay veces que se escuchan gritos de terror surgiendo de las tumbas, porque aquellos que parecían muertos solo estaban catalépticos y se les entierra vivos; otras aparecen figuras fantasmales moviéndose de un lado hacia otro como “trémulo reflejo” de lo que fueron en vida; pero algunas veces, hay quien se dedica a robar tumbas con nocturnidad y alevosía, aprovechando la oportunidad del entierro de alguien con posibles y apoderarse de las pertenencias y joyas del finado. Creo que la forma de pensar de estas personas debe ser algo así como: «Si ya está muerto y enterrado ¿para qué necesita los oros y las joyas preciosas?» y se atreven a robar con la impunidad que da el silencio de los muertos.
Cuando falleció Don Genaro, Esteban pensó que podría aprovechar esta circunstancia y ganarse un dinerito extra con lo que recogiese de la tumba que pensó sería bueno robar. Participó como todo el pueblo del funeral esperando pacientemente que llegara la noche, cuando el enterrador y su ayudante cerraran las puertas y se fueran a casa. Saltó la tapia del cementerio con pico y pala más una linterna y las ganzúas que le permitirían abrir el ataúd y se dirigió hacia el lugar donde descansaba el difunto. Dejó la linterna en el suelo y comenzó a cavar. Le llevaría tiempo, pero acabaría antes del amanecer.
Mientras tanto, Don Genaro estaba bajo tierra aterrorizado ya que nadie se había percatado de que no estaba realmente muerto sino que padecía un ataque de catalepsia. Éste le dejó el cuerpo completamente rígido e inmóvil, y sin posibilidad de comunicarse con nadie, aunque sí pudo escuchar todo lo que aconteció a su alrededor desde el momento en que su mujer lo encontró en la cama y llamó al médico, quien le informó de que su marido estaba muerto y podían darle sepultura cuando les viniese bien. El hombre, al escuchar tal barbaridad puesto que el oído parece ser lo único que permanece intacto en esta enfermedad repentina, quiso gritar que estaba vivo y que no quería que le enterrasen por ningún motivo, pero fue del todo imposible por más que intentó con todas sus fuerzas. Así es que, allí se encontraba bajo dos metros de tierra, desesperado y aterrorizado ante la perspectiva de una muerte horrible por asfixia, aunque todavía conservaba la ligera esperanza de recuperar la voz y gritar su desgracia, por si alguien le pudiese oír antes de que el óbito ocurriese. De pronto, escuchó pasos en la superficie y cómo alguien estaba retirando la tierra que había sobre el ataúd, de igual forma que anteriormente supo se la echaban encima, y pensó que quizás alguien de su familia había vuelto para buscarle.
Después de un par de horas que al ladrón se le hicieron eternas por el esfuerzo de vaciar la tumba y al muerto en vida también por la tensión de la espera, este último escuchó cómo el primero se aposentó sobre la tapa del ataúd, supuso que para descansar, aunque no tenía el pensamiento muy claro ante la desesperada situación en la que se encontraba.
Intentaba Don Genaro “tanto como podía” recuperar el don del habla y mover el cuerpo que seguía rígido y duro como un helado en el congelador, cuando escuchó a quien estaba fuera trastear en la cerradura.
Esteban, después de descansar un rato sacó las ganzúas e iluminando el candado que cerraba la puerta del ataúd trató de abrirlo. Al cabo de un rato, éste se soltó con un sonoro «clip» y el hombre aspiró con fuerza al darse cuenta de que había retenido la respiración demasiado tiempo. Anteriormente, al sacar la tierra, excavó un pequeño hueco al lado de la caja para maniobrar mejor, ya que el espacio era estrecho y no había forma de alzarla fuera del hoyo. Quitó el candado y lo dejó al lado del pico comenzando a abrir la tapa que se atascó un poco…
Don Genaro, que siguió toda la operación de rescate sin dejar de intentar recuperar la voz, pensó con desesperación: « Si no lo consigo ¿cómo diablos voy a decir que estoy vivo si sigo mudo como un muerto?» Por lo que se esforzó y se esforzó y de pronto, cuando el brillo de luz se filtraba por la tapa del ataúd, soltó un alarido al mismo tiempo que daba una patada contra la madera para ayudar a quien quería sacarlo de allí quedando, frente al sorprendido salvador con los ojos inmensamente abiertos.
Al mismo tiempo que Don Genaro gritó:
— ¡Estoy vivo!
Esteban se quedó mudo de terror y paralizado por el pánico:
«¡El muerto estaba vivo y gritaba como un loco!»
Con la sangre fría de un reptil el ladrón no tardó ni un segundo en reponerse del susto, agarró el pico que tenía al lado y clavó la punta en la frente del resucitado.
«Por si acaso se le ocurría denunciar el robo que iba a cometer» pensó.
La suerte no estaba de su parte ya que al descargar el golpe resbaló yendo a dar con la cara sobre la otra punta del artefacto, quedando los dos hombres frente a frente, ensartados por la nefasta herramienta. A consecuencia del peso acumulado en el fondo del ataúd, la tapa volcó por inercia y quedó medio abierta, cubriendo apenas la macabra escena.
A la mañana siguiente, cuando el enterrador subió al cementerio para realizar trabajos de limpieza se encontró con el sangriento espectáculo y llamó a la policía. La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y surgieron diferentes hipótesis de lo que pasó aquella noche en el cementerio.
El ayudante del enterrador, que era aficionado a la escritura y estaba , “aprendiendo en Taller de Relatos y en Desafíos Literarios.com”, creó a su manera un relato del suceso que se convirtió en leyenda de cementerio al igual que sucede con las leyendas urbanas, extendiéndose por toda la zona y más allá de donde sucedió este fracasado y truculento intento de robo a un muerto que no lo estaba.