Queridos amigos. Estamos ante una situación dura, pero no desesperada. Entereza. Mucha entereza y esperanza también. LLegarán nuevas Semanas Santas que utilizar como excusa para dejar de ir a trabajar, o al colegio, a la universidad… Para salir de viaje, para no salir… Tanto si se ha aprovechado la oportunidad de disfrutar, como si se ha desperdiciado por carecer de planes, o de ilusión, o de buen tiempo, o porque se cancelen los vuelos, o por lo que sea, que no quiero ser exhaustivo, lo cierto es que la primavera a venido y la Semana Santa se ha ido y no digáis que nadie sabe cómo ha sido, porque era inevitable.
La vida es así. Como la Semana Santa. Se acaba, tanto si la aprovechas como un campeón, como si te muestras pusilánime. Igual te da que seas como un patán en su primer cóctel, tratando de probar y repetir de todas las bandejas, como si envejeces tristemente en plan solterona del siglo XIX. Al final, se acaba la fiesta, se acaba el tiempo, se acaba todo. Se acaba, se acaba, se acaba…
Sí que le ha dado fuerte la depresión dominical a este Enrique Brossa, estaréis pensando. No estoy deprimido, en realidad estoy contento, pero es que… ¡Es tan injusto! Comprendo que muchos no le den importancia a este tema , pero es que hay gente que no se sabe ni para qué se molestaron en nacer. Ya lo sé, son tan valiosas o más sus vidas que la mía. Pienso que hasta el sufrimiento de mi perro vale tanto como el mío. Pero… Yo tengo la sensación de que me falta peso en el bolsillo del abrigo. Me he dejado algo en casa, algo se me está olvidando, sé que es algo importante… Las llaves del coche no son, las de casa tampoco… Pero no sé qué es, se me ha olvidado. Y las Semanas Santas pasan. Las primaveras también.
He soñado despierto esta mañana, otra vez. En esta ocasión, no he soñado que era un león y que una leona me lamía el morro, que es un sueño recurrente, africano, caliente, vital. Un día quizás os cuente cómo sigue, que es una historia interesante con tintes de canibalismo. Eso me ocurre durmiendo. Esta mañana estaba mirando el techo adornado con las rayas que dibuja la poca luz que se infiltra por las rendijas de la persiana. El edredón parecía estar más pesado. Me sentía sudoroso. Puse las manos bajo mi nuca, dispuesto a hacer eso que según dicen algunos ahora es tan malo: pensar. Recordé a mi padre. Cuando se salvó de su primer ictus, perdió la facultad de hablar y comprender, pero tenía un aspecto excelente, jovial en la cama de aquella clínica, nunca la recuperaría, y aunque casi todos estábamos muy preocupados, él parecía más simpático que nunca, con la espalda apoyada en un gran almohadón y las manos detrás de la cabeza, tan feliz. Correcto, en su sitio y al mismo tiempo, había un punto de cierto desafío al dolor y al miedo. Cuando yo adopto esa postura es más bien para pensar, porque yo desafío el dolor y el miedo también pero con otro talante menos natural y pragmático que el que disfrutaba mi padre. Y he soñado despierto que le preguntaba:
– Papá, ¿tú sabes que es lo que me he dejado en casa?
Y él soplaba el humo de su cigarrillo y luego me decía muy bajo, como si pensase que en el fondo sería mejor no decírmelo:
-No es nada.
Es una respuesta que parece simple, pero en realidad es terrible. Luego todo se repetía. veía muchas caras conocidas, algunas hasta agradables, aunque las menos, que me confirmaban lo mismo.
-No hay nada más que tengas que llevar en el bolsillo, ni tú ni nadie.
Algunos se burlaban.
Luego volvía a ver a mi padre, en una sobremesa:
-Papá, ¿pero tú no sientes que te falta peso en los bolsillos como me ocurre a mí?
-No tanto… -respondía sin mirarme a los ojos.
Entonces volví de mi sueño de ojos abiertos. Tras unos segundos de parálisis, saqué los pies de la cama.
-¿A dónde vas? ¿Ya te levantas?
-A adoptar una postura resolutiva. ¿No me ves?
-Qué loco estás…
-A buscar en internet la receta de las torrijas de Semana Santa. Les gustarán a los chicos. Quizás ellos descubran…
Decidí no terminar la frase.
No tenéis ni idea de lo ricas que me salieron las torrijas.
No es nada.
NOTA: Aprovecho para proponerte que te apuntes a mi taller de relatos, porque así aprenderás a escribir chorradas y a no escribir chorradas
¡Lástima que hay un océano de por medio! Sí no te intimaba a compartir las torrijas.
¡Habrá que hacerlo algún día!