—¡Niño, que dice tu hija que tiene calor! — le dice la madre a su marido sonriendo.
—¡Qué sabrá ella lo que es eso! —contesta el padre mirando con cariño a su mujer.
—¡Ya ves! ¿Te puedes creer que echo en falta los veranos en Andalucía? —dice la mujer sintiendo un pellizco de nostalgia.
—¿Qué dices? A mí me agobia ese calor —le contesta el marido que nunca ha soportado el bochorno del verano.
—Mamá, cuéntanos historias de tu pueblo ¿lo echas de menos? —Dice la cría, a quien le encanta escuchar los recuerdos de su madre.
La mujer descansa sentada en el sofá, y la petición de su hija la lleva a recordar su infancia; la envuelve la añoranza de su tierra y de sus seres queridos, aquellos que ya han marchado.
—Si cariño, mucho… —A la conversación se une su hijo, al que también le fascina escuchar a sus padres contar historia de su niñez y juventud. La madre comienza a hablar con tono melancólico— recuerdo esas tardes de siesta, después de trabajar, cuando mi madre me preparaba un camastro, me encantaba dormir en el suelo, al lado del ventilador, el mejor modo de sobrellevar los más de 40º que azotan en verano el valle del Guadalquivir.
Los críos se escandalizaron— ¡En el suelo y sin aire acondicionado! —exclaman los dos al unísono; una sonrisa se dibuja en los labios de su madre, y ésta sigue contando…
—Mi madre me solía decir: ¡Qué bonitas piernas tiene mi niña! —y si ella lo decía su razón tendría. Vuelve a sonreír ante este pensamiento y continúa hablando —¡Qué recuerdos! Esas tardes en las que desafiaba al sol, y decidía ir a la piscina municipal a refrescarme con mis amigas o con vuestro padre; buscando el refugio del lado de la calle donde daba la sombra, escapando del fuego de los rayos del astro, huyendo de su flama; sentíamos su fuerza en la piel, y cuando se aventuraba a correr una pizca de brisa, nos quemaba, avisándonos de lo que recibiríamos cuando terminara el auxilio que ofrecía esa buscada sombra —sus hijos la escuchaban con gran atención, y su marido estaba embelesado oyendo sus palabras, ella disfrutaba expresando sus sentimientos— siento nostalgia de esas noches en las que comenzaba a leer, con la cabeza en los pies de la cama, para así disfrutar en el rostro de ese escaso y deseado aire que pudiese correr; me daban las tantas, sin importarme tener que madrugar para ir a trabajar, eran horas felices.
—¡Calor dice niño!… —miró con complicidad a su marido y prosiguió— calor era a las tres de la tarde, cuando salía de la cooperativa textil donde trabajaba, y regresaba a casa caminando, esquivando el azote del sol y escuchando a las chicharras cantar, lo recuerdo con claridad, como si hubiese ocurrido ayer mismo. Un bochorno que abre todos los poros de tu piel, expulsando continuas gotas de sudor, y que deseas calmar con una ducha de agua fría. Esa calor que te trae el olor a pasto seco, y el recuerdo de tu madre, sentada junto a los vecinos en la puerta de casa, charlando hasta altas horas de la noche, mientras los niños jugábamos por las calles del barrio, sin tener que pensar en madrugar para ir al colegio.
Sentada aún en el sofá, toma un sorbo de su café, y sigue sumida en sus recuerdos, sin escuchar al marido ni a los niños, estos habían comenzado a preguntar sobre las chicharras, y el padre les explicaba el motivo del sonido que estos animales producían.
—¡Mamá, continua! —exclama su hijo.
—Estaba pensando en mi madre, nos gustaba pasear al atardecer, con la fresquita, cuando el sol comenzaba a marcharse. Recorríamos las afueras de mi bonito pueblo, y manteníamos largas charlas durante los paseos. Nos gustaba visitar el molino de las Aceñas, un antiguo molino de trigo, por donde pasa el Guadalquivir. La abuela siempre me decía que no fuera allí con los amigos, la fuerza de las corrientes del río son muy peligrosas.
—¿ Y tú le hacías caso a tu mama? —le pregunta su hija. Necesitaba una rápida respuesta para no mentirle, ya que recordaba claramente las veces que había ido sin que su madre lo supiera.
—La verdad, es que fui en alguna ocasión, pero era muy responsable, y tenía mucho cuidado —dice, mirando a su marido y con una sonrisa pícara.
—¿Te bañabas en el río con tus amigos? —ahora es su hijo quien le pregunta con entusiasmo.
—¡Sí!, me he bañado en numerosas ocasiones en el río, pero iba con mis padres, hermanos, mis tíos y primos; realizábamos excursiones y nos lo pasábamos genial… —no la dejaron continuar, haciéndole mil preguntas a la vez.
— ¡Venga ya! ¿Y no era peligroso? ¿Tus padres también se bañaban?… —le resultaba gracioso ver la cara de sorpresa de sus hijos.
—En aquellos tiempos todos nos bañábamos en el río, estaba limpio y lo permitían; lo hacíamos en las zonas más tranquilas, donde no había corrientes peligrosas, se veían los peces nadando y disfrutábamos de lo lindo —les aclaró su padre.
—Vuestro padre tiene razón, a mí me gustaba mucho bañarme, y lo que más, jugar con las bonitas piedras que había en la orilla, el agua era fresca y clara.
—¡Si! El agua era una pasada, estaba fría y transparente —confirma su padre, a quién se le veía disfrutar con esos recuerdos— pero el río era muy traicionero, debías tener mucho cuidado y no alejarte de la orilla, había corrientes muy fuertes y peligrosos remolinos— los niños estaban maravillados escuchándole, su gran imaginación les mostraba imágenes increíbles de sus padres bañándose en aguas donde había tanto riesgo.
Mientras el hombre les seguía narrando sus aventuras en el río, a la madre, le vinieron recuerdos de una época más reciente, recordando su viña, así llaman allí a las casas en la sierra. La tuvieron que vender para trasladarse a Cataluña, donde residen actualmente.
Son recuerdos de un hermoso lugar, y al evocarlos, le nace esta poesía:
En mi corazón siempre latirá
el hermoso recuerdo
de un bello lugar,
donde, pinos y chaparros,
rodeaban mi hogar.
Fragancias a lavanda y romero,
perfumaban mis paseos,
y la belleza de la jara florecida,
la primavera anunciaba.
Deseo retener en mi memoria,
las risas y emociones allí vividas.
El destino es caprichoso,
nunca sabes que rumbo tomará.
No malgastes ni un segundo,
deseando volver atrás.
Disfruta de los nuevos caminos,
que se comienzan a trazar.
—¿Qué te ocurre cariño? —le pregunta su marido, mientras limpia con ternura, las lágrimas que corren por su mejilla.
—¿Estás bien, mamá? — preguntan también sus hijos preocupados.
—¡Si! Es solo que me he emocionado con estos bonitos recuerdos —contesta con una sonrisa.
—Mamá, nos vinimos aquí cuando os quedasteis sin trabajo en el pueblo, yo sé que principalmente tomasteis esa decisión por nosotros —dijo su hijo mayor, mirando a su hermana— pero vosotros… —y antes de continuar miró a sus padres, que estaban sentados juntos— ¿sois felices aquí?
—¡Claro que sí! —responde la madre, a la vez que se levanta y abraza a sus hijos—tenemos muchos recuerdos de Andalucía, es normal, allí nos hemos criado, vosotros también nacisteis en esa tierra; son nuestras raíces, y nunca debemos olvidar de donde procedemos. No obstante, durante muchos años mis padres y hermanos se venían a Cataluña para trabajar en la hostelería; yo soy tan feliz aquí como en Andalucía—visiblemente emocionada besa a sus hijos.
—Yo soy catalán como sabéis, pero gran parte de mi vida ha transcurrido en el sur, y al igual que vuestra madre, me siento feliz en las dos tierras. Tenemos un buen trabajo, buenos amigos y vosotros os vais labrando un buen futuro, ese era nuestro deseo y vemos cómo se está cumpliendo —sus ojos comenzaron a brillar, y sentía un nudo que le impedía seguir hablando. Sus hijos no estaban acostumbrados a ver emocionado a su padre, fueron a abrazarlo y llenarlo de besos.
—Disfrutar de los recuerdos no significa desear volver atrás. En la vida vas encontrando diferentes senderos para andar, y disfrutar caminando es lo que crea tu felicidad. ¡Nunca lo olvidéis! —dijo la madre, mientras se unía al abrazo.

Victoria C. P