Muerto el rey, su hijo sucesor decreta, apenas toma posesión del trono, invadir la aldea y obligar a sus habitantes a pagar las cuotas a su reino a pesar de las recomendaciones de lo contrario de sus consejeros y generales. Desde chico escuchó cómo un sólo hombre de la aldea había derrotado a las tropas del reino resultando inútiles estrategias, tácticas, armamentos, número de soldados. Ni siquiera llegaban a la aldea y no regresaba ninguno vivo que contara la desgracia. Por lo que él rey, recién fallecido, ante los resultados obtenidos, había decidido ignorar la aldea y a través de propaganda difundir triunfos donde hubo vergonzosas derrotas a fin de evitar que otras aldeas se levantaran en rebeldía.
El nuevo rey se había preparado con fervor en todas las artes de la guerra y había ideado armamentos que permitieran conquistar la victoria ocasionando el mayor dolor y sufrimiento, a escondidas de su padre, quien sostenía que la preparación militar no estaba entre los conocimientos y experiencias que debía tener un rey para sus funciones. Llegó el día que tanto había soñado y para lo cual con tanto ahínco se había preparado, por ello dispuso que él mismo encabezaría las tropas que invadirían la aldea.
A la aldea llegó un águila con el mensaje a una de sus patas anunciando el fin de la tregua por la muerte del rey y la orden de su predecesor de atacarla.
Se reunieron todos en el centro para efectuar la acostumbrada selección del hombre que le haría frente a la tropa invasora. Sólo se permitía se postularan hombres que no fuesen hijo único, que aún no hubiesen formado hogar o estuviesen por hacerlo, no realizarán actividades o tuviesen dones que ningún otro poseía y no fuese posible reemplazar. 150 hombres orgullosos y dispuestos a ser quien tuviese la ocasión de defender su aldea se concentraron en la plaza principal. Se colocó en el centro del circulo formados por los postulantes el canasto contentivo de 49 hojas frescas y una seca, uno a uno fue introduciendo su mano y girarla para sacar la hoja que el destino le había asignado. Al desfilar el postulante número once, la hoja seca salió. Todos los aldeanos le abrazaron efusivamente y consolaron a sus padres y hermanos. Esa misma tarde el hombre preparó sus indumentarias de guerra, pasó por donde el médico de la aldea quien le dio un brebaje con instrucciones de ingerirlo antes de ingresar a la cueva. Partió con dos acompañantes con la mirada triste pero orgullosa de todos los aldeanos.
Escalaron la montaña y al llegar a la cima se coloca a la entrada de una cueva bloqueada por follajes de la misma planta con que se le había preparado el brebaje que debía beber. Sus dos acompañantes reunieron leña seca alrededor de él y luego prendieron fuego, procedió a ingerir el brebaje según las instrucciones del médico, lenta y delicadamente removió el follaje e ingresó a la cueva, colocó nuevamente el follaje y se adentró. La presencia de olores nauseabundos casi hace que se desmaye pero resistió con valor, consciente de que era un sacrificio necesario para el bienestar de la aldea. Al inicio de la noche siguiente asomó una bandera en señal que había cumplido con la primera fase, sus dos acompañantes reiniciaron el fuego de la madera seca que sustituyó a la que se consumió y corrieron. El guerrero designado salió, selló la cueva nuevamente y tomó el rumbo a su encuentro con la tropa del rey.
Con la complicidad de la oscuridad que aun reinaba, ingresó sigiloso al campamento real, escupió en los recipientes de agua de los caballos, donde se hallaban los depósitos de agua y comida de la tropa, hasta que fue avistado por uno de los vigilantes, alarmó a todos en el lugar y se inició una lucha tan cruenta como desigual. El recién coronado rey ignoró la recomendación de sus custodios y salió con su traje de guerra y se trasladó al sitio donde se realizaba la batalla, al llegar observa cómo el guerrero aldeano acusando graves heridas arrojaba con las manos la sangre que emanaba al cuerpo de sus contrincantes. El rey advierte más decepcionado que feliz el momento en que es vencido con tanta facilidad al imbatible y prestigioso guerrero de la rebelde aldea, sin haber sufrido ni siquiera una baja en sus tropas. Ordenó que montarán el cadáver en una carreta y se levantara el campamento para dirigirse pronto a la aldea y mostrar a su guerrero y exigirles rendición. Se comenzó a realizar la orden de inmediato, pero transcurrido sólo 30 minutos, los soldados comienzan a toser y el rey siente como se eleva la temperatura de su cuerpo en acuse de un malestar que le aquejaba. Los médicos le aconsejan al rey continuar acampando entre tanto se le presta cuidados médicos a los hombres que manifiestan quebranto de salud. El rey ignora la recomendación y exige que la tropa inicie recorrido hasta la aldea.
Transcurrida tan sólo una hora, la tos se ve acompañada de feas erupciones de tonos rojos en la piel que causan dolor así como debilidad y visión nublada y cada vez más soldados caen enfermos; el rey experimentaba los mismos síntomas, y los caballos comienzan a caer brotándoles sangre por sus narices. El rey muy debilitado en su cama solicita la presencia de sus médicos para que le expliquen que puede estar sucediendo, un soldado casi arrastras le indica al rey que uno de los médicos a muerto y a los otros dos le es imposible levantarse de la cama. El rey toma la decisión de ordenar se incinere el cadáver del guerrero aldeano así como los cadáveres que haya entre sus tropas, y el pronto retorno al castillo.
Al cabo de 140 minutos el rey observa como los soldados que custodiaban la entrada de su carpa se desploman. Una humarada entra a su recinto y grita solicitando la presencia de un soldado sin que nadie ingrese en respuesta a su pedido.
Finalmente su soberbia se ve desplazada por su agonía y reconoce que fue un error desatender las experiencias pasadas a la vez que comprende cómo le fue posible a un solo hombre vencer a cuanta tropa de su reino se envió a invadir la humilde aldea.
Luis Duque
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