Cerró la cancela y corrió las cortinas. Necesitaba estar un tiempo a solas consigo mismo, para, como antaño, llegar a escuchar la cadencia acompasada de cada latido de su corazón. Sin duda, se trataba de una reminiscencia de su etapa fetal, en la que, cobijado en el útero materno, tan sólo lo acompañaba ese sonido rítmico junto a la sensación de saberse a salvo…
Y, para llegar a ese estado, anhelaba el más absoluto silencio, hasta tal punto, que éste se volvía tan indispensable como el aire que llenaba sus pulmones para seguir respirando, para continuar viviendo…
Hacía tiempo que había comprendido que la vorágine de la vida moderna junto a su estresante sistema de verse obligado a “funcionar” a un ritmo frenético, anulaba la individualidad y la particular manifestación de cada ser humano, no permitiendo su evolución al tener que sacrificar su desarrollo, aglutinado por una masa despiadada que sólo alentaba la productividad. Un modelo obsoleto destinado a fagocitarse a sí mismo con el paso de los años.
Hasta que llegara ese momento, él tan sólo podía hacer lo que ya estaba haciendo: desconectarse a ratos y fabricarse su propio mundo para volver a sintonizar con su verdadera esencia, la que no sabe de razonamientos, la que se deja llevar… sin horarios, sin presiones, sólo queriendo ser, sin más…
©Sonia.Ramos 2018