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“El inspector Tontinus y la nave alienígena”, de Avelina Chinchilla
“Botas de hule”, de Arturo Ortega
“Mar de sueños azules”, por Mar Maestro.

 

La maleta yacía destripada encima de la cama de aquel hotelucho. No se trataba de un viaje de placer, sino más bien de mi descenso a los infiernos. Los indicios tras los que había salido se desvanecieron tan pronto llegué a la ciudad. El lugar en el que el investigador que contraté situaba la pista de mi hija, donde se la había visto por última, resultaba no existir, de modo que aquella aventura en la que tenía puesto tanto empeño se había tornado fallida casi antes de empezar. A pesar mi desánimo inicial, yo había acudido hasta allí con el firme propósito de encontrarla y de regresarla a casa y no estaba dispuesto a darme por vencido tan pronto. Además, todavía contaba con un as bajo la manga: el maldito gurú que la había captado para su causa daba una conferencia en un local cercano. Mi plan era de una claridad meridiana. Entablaría relación con él haciéndome pasar por un adepto. En ese momento no me importaba el riesgo que aquello pudiera suponer para mi persona.
Llegué temprano para poder sentarme cerca del orador. Mientras el embaucador se preparaba para comenzar observé la clase de público que asistía a aquel evento tan poco convencional. Gente muy normal, sin nada que llamase la atención. Nada en el ambiente me alarmó. Barrí la sala con la mirada buscando algo digno de sospecha, sin encontrarlo. Entonces, vi por primera vez al guía. Iba ataviado con una túnica de un blanco resplandeciente. Mi mirada se posó en los ojos negrísimos e hipnóticos del guía y de súbito algo cambió dentro de mí.

No sé cuántos meses han pasado desde aquello… Lo cierto es que nunca encontré a mi hija, pero eso ya no me importa porque ahora vivo solo para esta fe que me ha inculcado «El Maestro». ¿Cómo pude estar tan ciego y no ver que ella eligió el único camino que podía? Cómo me permití pensar que estaba cautiva de una secta, en lugar de hacerme a la idea de que fue ganada para un ideal superior. El cuerpo no importa, solo la mente, el espíritu… Por esto voy a tomarme la pócima que me llevará a desprenderme de este envoltorio impuro y a alcanzar la libertad con la que siempre soñé. Puede ser que ahora tenga que descender a los infiernos, pero no será más que para alcanzar la luz de una nueva vida.

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