…and in the end the love you take is equal to the love you make… (The Beatles)
Yusti había encontrado aquella letra explorando archivos terráqueos de música arcaica. Desde niña le entusiasmaba todo lo antiguo del planeta madre. Aunque hubo otras canciones que le gustaron más, aquella frase se le quedó enjaulada en el cerebro. «Al final, el amor que te llevas es igual al que das». ¡Ojalá se cumpla siempre!, pensó nada más acabar el periodo inicial de aprendizaje como piloto de combate en vuelos espaciales. Era el primer paso para llegar a ser lo que soñaba desde que tuvo uso de razón. En cuanto acabara el verano por fin entraría en la academia de cadetes de la Tierra. Sus evaluaciones habían sido las mejores de todos los candidatos de Redana, el mundo donde había nacido, uno de los colonizados por la raza humana hacía cientos de años.
No recordaba haber deseado algo distinto a ser piloto estelar. En un par de años se imaginaba saltando por el hiperespacio mientras patrullaba la frontera de la Vía Láctea, defendiéndola del ataque de los salvajes Mevasal, las extrañas criaturas de la galaxia Torbellino que amenazaban con acabar con la raza humana. Al menos, acabar con la libertad para pensar. Así lo habían hecho con los planetas que habían ido conquistando. Nadie se libraba de las partículas de aquel componente con el que inundaban la atmósfera, la LETE. Una sustancia que dejaba los sesos de cualquiera como si fueran de yeso. Igual que autómatas, se decía en todos los sistemas planetarios.
Yusti fue feliz el primer año en la academia. Pronto comprendió que de poco le serviría creerse la mejor. Había venido a aprender y a disfrutar haciéndolo, y la única manera de conseguirlo era cumplir con todo cuanto le decían. Destacó en ser humilde y por esforzarse más que nadie, algo inculcado por sus dos primeros instructores de vuelo. No la importó pasar las noches en vela estudiando, tampoco repetir una y otra vez los ejercicios en el simulador. Cuando realizó el primer viaje real en solitario, poniendo la nave por encima de la velocidad de la luz, una mezcla de entusiasmo y perseverancia fue lo que la llevó a no chocar con las nubes de meteoritos. La soberbia de alguno de sus compañeros, creyéndose superiores al resto del curso, hizo que el número de aspirantes a piloto estelar de combate disminuyera drásticamente.
Llegó el segundo año y Yusti pasó a integrarse en una clase nueva. Era costumbre de la Academia Galáctica juntar a los mejores del curso anterior en un mismo grupo. Entre sus nuevos compañeros estaba Upasor, un chico de Próxima Centauro, de la misma edad y con la misma obsesión que ella: llegar a ser un buen piloto estelar de combate. Desde que se conocieron, se hicieron amigos. Compartían sueños y frustraciones, además de ayudarse en el simulador e intercambiar los archivos personales donde anotaban tanto la técnica como los trucos del vuelo por el espacio.
Nada más comenzar el curso, Yusti y todos sus compañeros celebraron tener más clases prácticas que las aburridas de teoría. Sin embargo, a los cadetes de esa promoción pronto les desapareció la sonrisa y las ganas por esforzarse. Más de uno había empezado a dudar si llegaría algún día a ser piloto espacial. Yusti y Upasor enseguida adivinaron la causa. Se llamaba: Zadois. Era la instructora de vuelo avanzado. Cada lección con ella suponía una tortura ya que, una y otra vez y sin causas que lo justificaran, se burlaba de los cadetes calificándolos como uno de los peores grupos que había tenido. Daba la impresión de que su método pedagógico se basaba en ridiculizar y denigrar a los alumnos constantemente. Al acabar cada entrenamiento lo menos que salía de su boca era que formaban una partida de inútiles, también que no tardarían en caer atrapados por los Mevasal, lo más probable en la primera misión.
—Queridos, estáis solo en vuestro segundo año. Conformaros con poder patrullar el centro de la galaxia y dejad a los que llevan lustros de lucha ser ellos quienes peleen.
La sangre caliente de los cadetes se congelaba al escucharla. Ellos irían a dónde los mandaran sin pensarlo dos veces, pero aplazar sus ambiciones no los haría mejores.
Viniera a cuento o no, en las clases de la instructora de vuelo avanzado solo había una protagonista: Zadois. A todas horas proclamaba tanto su parentesco con uno de los instructores más míticos de la galaxia, que en el fondo tampoco tenía nada de extraordinario, como acababa restregando por las narices de los aspirantes lo mucho que ella sabía y lo buena piloto que era. Sin embargo, Yusti y Upasor se preguntaban por qué no colgaba del pecho de Zadois alguna de las medallas que el Consejo daba a los más valientes. Para la instructora de vuelo avanzado los alumnos eran solo los escalones sobre los que ella ponía los pies para subir, aunque fuera para no llegar a ningún lugar.
Yusti, lejos de pensar que ya podría patrullar la frontera galáctica, se veía como una cadete sin experiencia. Pero también sabía que con cada vuelo o con cada clase conseguía mejorar, aunque la capacidad instructiva de esa mujer fuera idéntica a la de una piedra. Lo mejor sería poner cara de creerse lo que la profesora decía, aunque por un oído entrara y, de inmediato, por el otro saliera, no fuera a ser que acabara por renunciar a cumplir su sueño. Por eso, cuando los gritos y las risas de Zadois era lo único que se escuchaba en la cabina del simulador, Yusti apretaba los puños y se esforzaba en no torcer la boca ni replicar, concentrándose en accionar palancas y teclas. Al acabar el programa, cuando Zadois desplegaba las plumas como si fuera un pavo real, lo más que Yusti hacía era mirarla de arriba abajo antes de decir:
—La próxima vez, lo haré mejor.
Upasor también había perdido la sonrisa. Y lo peor era que, siendo todavía mejor piloto que Yusti, empezaba a pensar si alguna vez lograría ganar un combate a los Mevasal.
—Yusti, si sigo los consejos de Zadois, no solo no ganaré un combate, es que muy probablemente me estrelle contra cualquier pedrusco sideral. ¡En vez de avanzar, retrocedemos!
—No le hagas caso. Tus vuelos en el simulador me dejan con la boca abierta. Una vez que estemos integrados en la flota estelar, formada por pilotos que vuelan y no por teóricos como Zadois sin experiencia en combate, ya verás como no pensarás así.
El examen final incluía un vuelo real. Yusti lo había estado preparando con Upasor durante horas. Debía acercarse a uno de los planetas dominados por los Mevasal, y, en cuanto saliera de la curvatura del hiperespacio, lanzar una transmisión codificada que obligara a esos seres a buscar la fuente. En cuanto lo hicieran y sus naves desactivaran los escudos, dos destructores de la flota, escondidos en ese cuadrante, se les echarían encima aniquilándolos.
—Será como lanzar una piedra a un grupo de personas e irte corriendo antes de saber si has abierto la cabeza a alguien —le dijo Yusti a Upasor.
Lo que ella no sabía es que en cuanto salió al espacio abierto, una pequeña nave mevasalina la estaba esperando. No solo suspendería el examen, si además era capturada por el enemigo la esperaba una vida muy distinta a la que había soñado tener. Lo primero que pensó fue en volver a entrar en el espacio profundo y huir para ponerse a salvo. Era lo que Zadois le había ordenado si era descubierta por los Mevasal.
Sin embargo, mientras decidía qué hacer, Yusti pensó en Upasor, en los muchos sueños que ya no cumplirían, y también que en un instante desaparecerían como humo los años de esfuerzo y sacrificio que le había costado llegar hasta ahí. ¿No se trata de un examen para demostrar que se puede ser un buen piloto de combate? ¡Demuéstralo! se dijo. Aceleró la nave, pero sin hacerla desaparecer en el hiperespacio y los mevasalinos, como si fueran truchas de rio que no distinguieran el anzuelo plateado que tenían delante de sus narices, la siguieron. Cuando Yusti tuvo muy cerca a sus perseguidores, desaceleró de golpe para así quedar detrás de ellos. Una maniobra arriesgada y que Zadois le había prohibido realizar en el simulador. ¡Una semana de arresto y un ‘no apto para el vuelo’ le costó la vez que lo usó delante de esa envidiosa! recordó Yusti al accionar hacia atrás la palanca de los motores. El resto fue sencillo, disparó el láser y los desintegró. Aunque sabía que sería ya inútil, todavía se permitió el lujo de cumplir la misión y soltar la transmisión codificada.
Salvo del lameculos oficial de la clase, Yusti recibió muchas felicitaciones de los compañeros, sobre todo de Upasor, que se alegró como si el vuelo lo hubiera realizado él. Solo cuando el comandante de la flota estelar envió una carta de felicitación y una condecoración, los profesores de la academia parecieron enterarse de la hazaña y fueron capaces de alabar la inteligencia y valentía que Yusti había demostrado. Todos menos una: Zadois. Entonces Yusti se acordó de la frase de la canción y pensó si sería igual con todo lo que uno siembra. Si, al final, también el odio que recoges es igual al que dejas en otros. Viendo los ojos esquivos y la cabeza continuamente agachada de Zadois en las últimas clases, Yusti no tuvo duda alguna.
Aunque ya tenían el título bajo el brazo, a Yusti y a Upasor les quedaba el último vuelo real final de carrera. Un viaje en formación patrullando por una zona tranquila de la galaxia.
—Ya somos pilotos de combate estelares. Al final, solo era cuestión de resistir, aunque, de momento en este vuelo, nos tengamos que olvidar de luchar contra los Mevasal. —dijo Yusti amagando una sonrisa mientras preparaban la misión delante de una cerveza muy fría.
—Zadois decía que tardaríamos diez años en entrar en combate, y si hacen caso a su informe final, estoy convencido de que así será. Para entonces no sé si quedará algo de mí en pie. Espero conservar las mismas ganas que hoy —Upasor se quedó unos segundos mirando al techo y, cuando volvió sobre Yusti, los ojos le brillaban más que nunca— …aunque tal vez nadie nos busque si mandamos una señal de emergencia a la academia durante este vuelo. Pensarán que hemos chocado y nos hemos desintegrado. Zadois no tardará en decir que ella ya lo había advertido. Luego, buscamos unas naves mevasalinas las desintegramos usando la misma maniobra que tú en el examen y, sin más, nos presentamos ante cualquier destacamento de la flota. Nadie nos mandará de vuelta a la academia ni nos querrá ya lejos de la frontera.
Yusti se quedó pensando unos momentos hasta que, con una sonora carcajada esta vez, sacó del bolsillo del pantalón una carta y dejándosela ver a Upasor, soltó:
—No será necesario. El comandante en jefe quiere que nos incorporemos a la flota que presentará batalla a los mevasalinos. Es nuestro próximo destino. Privilegios de haber sido condecorado y de haber solicitado un destino en primera línea para los dos. Cuando mañana llevemos un par de horas patrullando solo tienes que transmitirme: ‘Yusti, the end’ y, tras haber puesto rumbo hacia la frontera de la Vía Láctea, yo te seguiré. Recuerda, aquello que das, es lo que más tarde siempre recibes.
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