Agustín Espinosa(1897-1939) era un tipo normal y corriente, padre de familia, catedrático de instituto y amante del orden y los buenos modales. Un correcto caballero, eso sí, con un cierto aire de dandy, como casi todos los escritores de principios del XX cercanos a las vanguardias. Como sus muchos y muy variados colegas. Nada en su aspecto parecía justificar el expediente de depuración que se le abrió el 31 de marzo de 1937 en Las Palmas, en el que se le acusaba de «izquierdista» y de autor de una novela que había escandalizado a la Asociación de Padres de Familia y de una película «inmoral y sacrílega».
En realidad, Espinosa no era responsable de la cinta referida, pues esta se trataba de «La edad de oro», de Buñuel, que él había intentado proyectar en la isla sin ningún éxito y con mucha polémica. El libro, en cambio, sí era suyo. Se trataba de «Crimen», la primera novela surrealista de la Historia de España, publicada en 1934. Una obra maldita de la que terminó renegando para salvar el cuello, pero que nunca se perdió en el olvido. A veces pasa eso: que el arte sobrevive cuando quieren matarlo. Los pocos ejemplares que quedaron después de la Guerra Civil circularon en los ambientes cultos, que hablaban de su audacia, pero en voz baja, por si las moscas. Luego, en 1974, Taller de Ediciones JB rescató el texto, que ahora vuelve a las librerías de la mano de Siruela y del escritor Alexis Ravelo, que firma el prólogo de esta nueva edición.
«Nos pasamos la vida buscando el surrealismo en los autores del 27, incluso en obras que no son surrealistas», lamenta Ravelo. ¿Y qué? «Si la consideramos una novela, “Crimen” es la primera novela surrealista que se escribe en España. Es una absoluta apuesta por el surrealismo, con el que Espinosa había conectado directamente en Francia». Pero tiene más méritos, insiste. No fue solo la primera en llegar, sino que también es un prodigio estético, en su opinión. Se lo pareció a los 19, cuando la leyó por primera vez, y se lo sigue pareciendo ahora, casi tres décadas después. «Es un libro tremendamente plástico, que te clava imágenes en la cabeza», asevera.
Azorín y Ramón Gómez de la Serna elogiaron efusivamente este título y el crítico Ricardo Gullón destacó su osadía. Esa osadía, qué duda cabe, era sinónimo de provocación. Y aquí está la clave de esta historia. «Crimen» se difundió modestamente, a precio de cinco pesetas, pero molestó bastante. En la primera página: «Ella creía que toda su vida iba a ser ya un ininterrumpido gargajo, un termitente vómito, un cotidiano masturbarse, orinarse y descomerse sobre mí, inacabables». Antes de eso se dice que la mujer, María Ana, tiene una «juventud insultante» (léase que era una niña y que él era un adulto con todas las letras), y justo después se produce un crimen de género. El cadáver lo describe como «informe montón de carne roja»… Lo que sigue de ahí al final es un delirante viaje por calles y tiempos irreales, lleno de metáforas y visiones que nos trastocan. Y de más crímenes, claro.
«Lo leemos hoy en 2019 y nos sigue pareciendo sorprendente. Hoy tenemos una opinión pública bastante infantil en algunos sentidos, que confunde al autor con la obra. Es un libro que puede generar muchos debates, pero espero que sean estéticos», afirma Ravelo. Porque, insiste, la provocación no era otra cosa que un medio para alcanzar las cimas estéticas que le interesaban. «Era algo por lo que tenías que pasar para poder escribir una obra absolutamente surrealista –asevera–. Este texto nos enfrenta con nuestros valores, con nuestra cultura, y nos ponen en polémica incluso con nuestro lenguaje. Nos saca de nuestra zona de confort».
Cuenta la leyenda que a Espinosa lo sentaron en la sede de y le hicieron comerse el libro. Seguramente sea un mito, pero lo que sí ocurrió en julio de 1936 fue que nuestro protagonista intentó recoger todos los ejemplares que quedaban de «Crimen» y esconderlos. En agosto declaró su unión al Movimiento, pero eso no consiguió evitar que le destituyeran de su cátedra al mes siguiente y que más tarde le abrieran el expediente de depuración.
«La de Agustín de Espinosa es la humillante situación de un hombre brillante puesto de rodillas por una pandilla de mediocres. Para salvar el pellejo se pone la camisa azul. Nunca fue un hombre de izquierdas, pero tampoco quería pertenecer a Falange. No quería posicionarse, pero tenía que salvar el pan de sus hijos», explica Ravelo.
Al final, el 15 de septiembre de 1938 lo destinaron a La Palma. Poco después, su periodontitis se complica y tienen que operarlo de urgencia. Se marcha a recuperarse a Los Realejos (Tenerife), y allí, en el mismo lugar donde había pasado su adolescencia, muere el 28 de enero de 1939, con 42 años. En abril, al fin, se resuelve su expediente de depuración, que propone su «traslado e inhabilitación para cargos directivos y de confianza». Pero él ya estaba demasiado lejos para escucharlo, seguramente por encima de todo, despierto y huésped de sus «alas maltrechas», como el narrador de «Crimen».
Fuente ABC