Querida madre: espero que a la presente te encuentres bien. Yo bien A. D. G.
Como sabes, después de pasar por Zaragoza donde nos recibieron bien, como a la mayoría de los que ya llaman división azul de voluntarios, nos enviaron poco a poco a Baviera, a un pueblecito al que llaman Grafenwöhr cerca de Núremberg.
Allí viven muy bien madre, a pesar de la guerra. Imagínate que hasta nos dieron a cada uno cuchillas de afeitar, cepillos para los dientes y peines. Si puedo me los llevaré de vuelta a España. Allí acabamos la instrucción en dos meses, cuando lo normal eran tres, pero así sabrán estas gentes como son los españoles.
Pero ahora, madre, después de dos años largos de lucha y calamidades, te escribo con las manos ateridas de frio desde un agujero que hemos practicado en el suelo donde tenemos la ametralladora MG34, que ya te conté antes que yo soy el que la dispara. Hemos andado cientos de kilómetros para encontrar al enemigo, sufriendo muchos padecimientos, pero ya sabes que esto lo hago por mi hermano Juan, que nunca hizo daño a nadie y los comunistas nos lo mataron solo por ser cura. Tenemos que ayudar en lo que podamos para que eso no vuelva a ocurrir en ningún lugar del mundo madre.
Este lugar se llama Krasni Bor, y está muy lejos de todo. No hay más que nieve, y hace más frio que en Ávila, cuando íbamos a ver al tío José.
No sé si podernos salir de aquí con vida madre. Dicen que se acercan 38 batallones de rusos, que son unos 47000 soldados, con artillería y tanques, y nosotros no somos más de 5000 españoles, armados con rifles y alguna ametralladora como la mía.
Quiero que sepas, y que lo cuentes en España, que nosotros luchamos por todos ellos, que lo hacemos por nuestras ideas, que para algunos son equivocadas, pero nosotros no podemos sino hacer honor a ellas como buenos españoles.
Aquí se nos conoce como la banda de andrajosos, porque las camisas alemanas se nos quedan grandes en estos cuerpos delgados y pequeños, pero los alemanes se alegran de tenernos cerca para defenderlos, que ya nos lo han dicho muchas veces.
Tu sabes, madre, que no somos nazis los que venimos aquí, casi todos estudiantes aún, y que lo hacemos por servir a España y los más, como yo, para vengar las muertes que hicieron allí los comunistas, que si yo los odio solo por serlo, ellos nos odian solo por ser cristianos y respetar el orden y la ley.
Ya han empezado a escucharse lo que aquí llaman órganos de Stalin, unos aparatos que disparan muchísimas bombas en un momento. Si esta carta te llega, y yo no regreso, dile a quien quiera oírlo que aquí han muerto valientes españoles, que somos gentes de paz que luchan por sus ideas, no importa cuáles sean, y que sabemos que siempre nuestra patria reconocerá nuestro valor y nuestro sacrificio.
Reza a Dios por mí, dale un beso a la hermana de mi parte, y recibe el más cariñoso abrazo de tu hijo, que te quiere.
Autor Antonio Miralles