Me molestaba enormemente que la relación con Susana no estuviera bajo mi control. Y menos tras un viaje tan largo, después del cuál, no tenía la menor sensación de haber hecho progreso alguno.
Susana, no la llames Susi, que dice que no puede con eso, no era la chica más atractiva que yo hubiera visto nunca. Tenía eso sí, una buena estatura, y una coleta de pelo negro, brillante, lo que para mí es un signo distintivo de ciertas españolas. Un buen pelo, habla de generaciones de bienestar, esa es mi opinión, por no decir, mi superstición, ya que no tengo ningún conocimiento que avale esa teoría. Pero sí, hay algo típico de las españolas de acomodada familia provinciana que hace que les queden mejor de lo normal los lacitos, y eso es el pelo oscuro y brillante, de aspecto sano.
Susana era una chica con influencias. Era un rival en mi trabajo de directivo y yo sabía que ella tenía las de ganar porque su familia estaba metida hasta las cejas en todos los asuntos de la empresa para la que trabajábamos. Las melenas de mis hermanas no eran menos brillantes ni sus coletas menos espesas… Pero eso no tenía traducción en mi influencia en el Consejo de Dirección de la empresa. Había algo peor. Yo era un joven inmaduro, lleno de contradicciones. Ella en cambio era una chica un poco gordita, pero lista, rápida y tenía las cosas muy claras. En algún momento llegué a pensar que aquella noche podría servirme para firmar un armisticio respecto a la sutil guerra de guerrillas que entre nosotros existía. Bueno, sutil por mi parte, ya que yo era el que no tenía relaciones especiales allí y necesitaba ser más prudente. Por su parte la guerra no era nada sutil. Era absolutamente vergonzosa para ella misma… bajo mi punto de vista, claro, porque en realidad a ella le importaba un pepino si estaba bien o mal.
Aquella noche volvíamos de un viaje de avión bastante pesado. Si no recuerdo mal veníamos de Bruselas. Al llegar al aeropuerto de Barajas, tomamos un coche de alquiler para dirigirnos a la ciudad en la que ambos habitábamos.
Qué puedo decir. Era un viaje de noche en coche con una mujer, que no sé si he dicho ya que no era la más atractiva que había visto nunca, pero yo es que en aquellos tiempos era muy adaptable, y mientras colgaba mi brazo del volante del coche de alquiler exhibiendo un aire casual y desenfadado, y la música de la radio sonaba dulzona, casi empalagosa, yo traté de poner mi voz más convincente, hacer mis pausas más interesantes, y compartir cigarrillos. No era fácil tratar de conseguir cambiar la hostilidad interesada de una enemiga de trabajo con tan solo unas pocas horas de coche. La luna decoraba el momento hasta el punto de que parecía que la había encargado yo. Tanto es así que cuando le comenté que ese cuarto menguante parecía más grande de lo normal, me esforcé en que pareciera un comentario intrascendente, que no era cosa que yo hubiera puesto ahí a mala idea, con alguna aviesa intención relacionada con ella. Y es que yo me sentía culpable. Y además, me temía que ella estaba bien preparada. Quiero decir, mal predispuesta contra mi.
Alcanzamos un punto en el que su lengua se empezó a soltar un poco. Decía tener mucha prisa por llegar a su casa porque había quedado con unos amigos. Pero aparte de eso, que era como una amenaza, como un “no te creas que estoy pensando en otra cosa que no sea llegar a tiempo para ver a mi gente”, la niña de las carnes prietas empezó a ser casi simpática. Lo cómoda que ella estaba en una conversación yo sabía bien cómo medirlo. Se medía en ales, El “al” es la unidad de cuenta del entusiasmo de todas las Susanas que en nuestra tierra habitan. Y Susanita, perdón, no le llamemos así, que no puede con eso, por ejemplo, si dice que algo esta muy bien es que la niña no está tan cómoda como si dice un -al, por ejemplo: “está fenomenal”. Si las susanas dicen en una misma frase dos ales, esto es, dos palabras acabadas en -al, es que la cosa va muy bien. Por ejemplo, “yo no sé por qué no le parecía fenomenal, porque a mí me parece genial y que a él no le guste, me parecía fatal”. Estaríamos ante tres ales en un mismo comentario. Eso implica que la niña tonta de pelo brillante se encuentra… ¡ideal!
Bueno, pues ella estaba muy muy suelta y mostraba un gran entusiasmo expresado en ales; la luna acompañaba; no se podía escapar corriendo si yo me manifestaba encantador porque conducíamos a unos 140 kilómetros por hora. En teoría todo estaba a mi favor, pero realmente tratar de echarle los tejos a una compañera de trabajo hostil como aquella era muy imprudente que pisar más el acelerador . Quién sabe cómo podría llegar a contarlo en la oficina.
Al llegar a la ciudad, abandonamos el coche en un aparcamiento de Rent a Car, y ella me dijo:
-Ya no llegamos a tiempo para que vea a mis amigas. ¿Me acompañas a ver si están en un sitio al que suelen ir?
-Vale, te acompaño.
Me extrañó que una chica de lazo de terciopelo en la trenza que se expresa con tantos ales me metiera en un antro oscuro lleno de punkies, pero así fue. Muy poca luz, mucho humo de tabaco, mucho olor a porro, música heavy a un volumen de los que producen daños irreversibles en el oído, sino en el hígado quizás, o en cualquier víscera, porque me vibraba todo. La pinta que tenía el
personal de ese bar era tal que en cuanto pedí un par de cubatas convencí a Susanita, bueno, a Susana, que no puede con eso de Susanita, de que donde mejor estaríamos sería cerca de la puerta de salida. Todos los tipos que por allí había, no es que llevasen piercings. Podría decirse que habían robado una cacharrería y se la habían repartido entre todo esa banda. y distribuido todo por las orejas, párpados, los brazos, nariz, lengua… Y también de la ropa, claro. Lo mismo encontrabas un despertador, que una regadera, muchísimas cadenas, que eso era de lo más punk que había en
aquellos años ochenta, algún recambio de la Vespa. Como árboles de Návidad, pero sin parecer navideño exactamente. Navajas, tijeras… Pelos de colorines imposibles, peinados con cresta, ojos de tíos pintados como puertas, en fin… ya sabéis.
¿Qué pintaba allí aquella chica? ¡Para que te fíes de los ales!
¿Continuará?
Si lo quieres continuar tú…
Quién puede continuar este relato.
No todo el mundo. Tienes que estar registrado en desafíosliterarios.com
Trackbacks / Pingbacks