Me siento ante mi ordenador. Inmediatamente empiezan los golpes en el techo como si los activase mi peso en el sillón. Pero no es eso. Es que hay obras en el piso superior. Subo a preguntar y me dicen que durarán probablemente tres meses más.
 
Bajo con esa insensibilidad con la que mi mente se defiende algunas veces de los golpes que recibo por arriba y por abajo. Esto no me detiene. Sigo impasible. Alguna influencia tendrán estos ruidos en lo que escriba, eso es seguro. Quizás el resultado sea interesante. ¿Qué podría inspirarme esto? ¿La vida es como un martillo pilón? ¿Nuestra existencia está siendo continuamente taladrada por hostilidad gratuita? ¿Mantenemos nuestro ritmo mientras el tiempo nos clava a la pared? Bueno, creo que se me ocurrirá algo mejor… Algo peor, no.
 
También me acuerdo de ti. De nuestra conversación especial. ¿Notas que ha sido especial? Entre golpe y golpe de mazo en escoplo, entre rugido de brocas y pulidoras, vuelvo a estar bien. Sí, me siento bien. Hay una burbuja grande y confortable a mi alrededor y yo floto en ella en postura de mecerte en una buena hamaca. Manos detrás de la nuca y piernas estiradas con los pies cruzados. Subo y bajo ligeramente sin chocar con nada en mi despacho. Mi ordenador me sigue, volando suave, a dos centímetros de las yemas de mis dedos. Es una burbuja insonorizada. No sé si la ha creado mi propia mente o me la ha generado la tuya. Nuestras conversaciones serán las que me induzcan quizás este placentero estado de microgravedad que hace inaudibles todos los impactos, todos los golpes, todas las demoliciones a mi alrededor. Estoy agradecido al mundo y a ti, porque siento que ambos estáis uniendo tu imaginación y la mía. Allá sigue la cortadora de bloques de hormigón generando un estruendo de aviones de la Segunda Guerra Mundial; pueden rascar los cepillos para encofrados; amenazar las cizallas; bombardear las pulidoras en pugna con las machacadoras y los picos; que rujan las trituradoras; que me claven el bisel de los escoplos en el cráneo. “Allá mueran ciegos reyes… “. Que yo floto en mi burbuja mientras algo o alguien trata de hacer que se desmorone mi techo. Pero yo sigo bien, escribiendo y pensando en ti. Estoy libre de cardenales en cuerpo y alma. No me duelen contusiones claras. Siento eso sí, en alguna coordenada más o menos próxima al miocardio, una leve punzada, reacción por algún aumento de secreción de adrenalina, casi imperceptible salvo para alguien como yo de inclinaciones introspectivas. Es como una llamada lejana en el monte, que uno no está totalmente seguro de haberla oído, de tan tenue. Esa suave reacción nerviosa significa un aviso, una advertencia, como un poco de miedo pequeñito, pero casi nada, todavía lejano. Un pánico casi insignificante… Está dentro de mí, pero lo sitúo mentalmente fuera de la pompa sensorial que me columpia como a un bebé y me aísla de la destrucción que me cerca. Solo será una vaga inquietud. Acaso un recuerdo, a medias sobrevenido, en los límites del subconsciente. Quizás es solo el café. No será un augurio. No será un peligro. No será una advertencia. No será nada. Sigo flotando tranquilo.  A pesar de los golpes, soy muy feliz. 
Y en este mismo instante, en que los martillazos se han detenido en momentánea tregua, me doy cuenta de que despierto de mi sueño de ojos abiertos. Me estiro un poco, tú me lo disculparás, y me pongo a trabajar. Sigo feliz.
Soy feliz.