Las cosas nunca son como esperamos. Sería ilógico que lo fueran. Si no tenemos dotes de adivinación, es imposible tener una visión exacta de cómo será lo no ocurrido o lo desconocido. Todo descubrimiento nos deja un cierto desencanto. Nada suele exceder a nuestras expectativas.Al contemplar la realidad presentida pero no confirmada, descubrimos en nosotros una voz que nos dice: “era esto”. Y en ese momento comprendemos que “esto” ya estaba en nuestro interior pero nos lo ocultábamos. Preferimos intuir algo diferente. Quizás algo mejor o menos malo. Decimos: “era esto”. Y notamos que todo encaja. Que lo sabíamos. Que era lógico. Que estaba claro.Pudimos aproximarnos más en nuestro pronóstico, pero no quisimos. Hacemos más caso a la ilusión que a la memoria, la observación, o a la lógica. Sin embargo, hemos gozado de un disfrute injustificado, y eso ya es un rédito importante. Pero lo es mucho más reconocer que, aunque ignorado por nosotros mismos, existe un sabio en nuestro interior al que nunca escuchamos. En cada uno de nosotros hay un anciano y un crédulo. Un sabio y un niño que quiere que se lo compren todo. Y cada tropiezo es una magnifica oportunidad para que ambos dejen de ignorarse y aprendan a seguir juntos y guiarse mutuamente.