Comencé a contar nubes el mismo día en que te conocí. Recuerdo que era una tarde gris, sin embargo, ya se intuían mil colores en el suave borde algodonado de cada una de ellas. Lo dibujabas tú, con el trazo de tus manos. Con un pincel imaginario que brotaba de tus dedos al agitarlos.

Las nubes están por encima de la vida, por encima de todo en realidad. A veces, cuando el miedo me ahoga, siento que planean y maquinan sobre nuestras cabezas. Que juegan alterando el destino con la insana intención de aplastarlo todo a su paso. Tiemblo.

En cambio otras veces, se alinean ante mis ojos con graciosas figuras. Y es entonces, cuando las nubes me hablan de ti, jugando entre ellas, tejiendo mil formas transformadas con cada golpe de viento. Y siento ése silbido, el tuyo, entre los árboles llamándome una vez más. Y abrazo el viento buscándote, en cuerpo, en notas de perfume, o en sombra. Y no te hallo. Tiemblo.

Me recuesto sobre la hierba, cierro los ojos y siento tu abrazo fresco como el mar en mi cuerpo, vivo, enérgico. Y siento miedo, mucho miedo. Y es entonces, cuando surgen en mí un montoncillo de voces asustadas, que me preguntan por ti. Que necesitan de ti. Con hambre de ti. Sueño.

Y vuelvo a cerrar los ojos, a verte con sagrado temor por si te desvaneces. Y me siento depredador en tu cuerpo, preso del deseo de amarte desde dentro. No es hambre, ni miedo, es algo irracional, una desmedida necesidad. Una necesidad que surgió al principio de los tiempos. Al comienzo de la vida misma. Cuando ni tú ni yo existíamos sobre la Tierra. Cuando el átomo que nos tenía que unir se estrelló sin frenos. No existíamos aún, es cierto, pero en el aire, un murmullo canturreaba, hablándole sobre nosotros al viento. Ya se presentía nuestra esencia. Ya presentíamos nuestro encuentro. Sueño.

La memoria vive intentado olvidar, con afán se procura dulces sensaciones, se viste de alegría para tapar los desengaños más amargos. Hasta ahora pensaba que solo habitaban nubes en el cielo, pero tú me has descubierto que además hay estrellas, cubriendo todo el firmamento.

Ahora cuento estrellas y nubes, sobre el extenso manto azul de terciopelo. Y espero que aquella magia que me regalaste se quede y crezca para siempre, en mí, muy adentro. Donde guardo lo tuyo, lo mío, lo nuestro. Ahora tiemblo y sueño.

 Brillantes son las estrellas que brillan 

Oscuro es el cielo 

Del Rojo al Negro, sin escalas

©Mara Marley