Llevo ya un rato sentado sobre la tarde, en este banco del parque. Te espero y no llegas, no puedo apenas oír las letras del libro que hay abierto en mis manos, me lo impiden mis latidos, se aceleran al conjugar tu nombre. Me siento como si fuera nuestra primera cita, estoy nervioso, me tiembla la mirada entre los ojos, he preparado tantos versos, ahora andan jugando entre mis labios. Y no llegas, y ya no sé que hacer con este beso que me está preguntando cuando sale, es el mejor que nunca he creado y te lo estoy guardando. Hoy te retrasas, no dejo de mirar, por ver si te veo adornando la calle con tus pasos, una calle infinita en este día y desierta de vida, por que no llegas. Cuando llegues pienso llenarte el alma sin tocarte, te abrazaré hasta que se te olvide el mundo y te diré un Te amo sin hablarte.
Por fin, ya te veo llegar, cierro el libro con premura, gimen sus hojas deprimidas por la falta de atención, me incorporo y voy a tu encuentro, llegamos ambos a la vez al portal, estás más bonita que nunca, sonríes y el mundo se deshace en un suspiro interno. Decido actuar, con los dedos al borde de la histeria, alboroto mis bolsillos buscando las llaves, las hallo al fin y logro abrirte la puerta, vuelves a sonreir y vuelve a morirse el mundo ante mis ojos.

—Últimamente coincidimos siempre, dices, y tu voz se derrite en mis oídos.
—Gracias vecino, añades llevándote mis ansias, tal vez mañana preguntes mi nombre.

Y te alejas ascendiendo como un ángel, los escalones que te llevan a mañana, y rozo el aire que has rozado hace un instante, quizás mañana roce tu mano.