REBECA 6

Lejos están los años estudiantiles de la facultad, a la que llegué por mis propios méritos desde Celendín. Cobijada por un familiar en su casa del Rímac, me costó disfrazar mi hablar motoso, vestir diferente, aprender los modales de la gran capital y a no asustarme en los microbuses para llegar a mis destinos. Soporté mis lentes de carey y me habitué a las zapatillas compradas en el Mercado Central. Al comienzo fue difícil. Serrney, tú lo sabes de memoria. Muchos años después de graduarme la vida me sonrió y gracias a la iniciativa de un compañero izquierdista una ONG me contrató.

Nuevamente en Lima y, recién llegada de New York donde laboro en la OMS como epidemióloga, estoy en el bar del Crillón degustando con Serrney un pisco sour. Lo observo con cuidado, sin perder detalles. Siempre me cautivó su andar despreocupado, modales elegantes y facilidad para la conversación entretenida. Sus ojos azules siguen desconcertándome cuando me mira fijamente. Viste jean desteñido y en el bolsillo de la camisa de lino lucha por no caer la infaltable cajetilla de cigarrillos. En cambio, yo llevo puesta una blusa de Armani que combina con el pantalón Dolce Gabanna y mis pies calzan zapatos Prada. En la silla cuelga una cartera Louis Vuiton. A pesar de la simpleza de su vestimenta no deja de atraerme su prestancia innata. Le tengo una especie de amor platónico y sus ojos azules no dejan de observarme.
─Rebeca, ¿qué te trae por acá?
─Solo quería reunirme contigo un rato, darling. Después ya veré lo que hago. Mañana viajo a Celendín a visitar a la familia, a darme un baño de recuerdos. Luego asistiré a un symposium de Enfermedades Emergentes en un hotel de San Isidro. Expondré un tema aburrido y rutinario por el que me pagarán bien.
─Por lo escuchado, estarás muy ocupada. ¿Visitarás a tus amigos zurdos?
─No, con ellos marqué distancia hace buen tiempo. No les perdoné la traición que cometieron. ¿Sabes, sweetie? Olvidaron mi rol protagónico de dirigente y no les importó que hubiera estado en la cárcel. Tú sabes, dear Serrney, cómo se porta la gente cuando las papas queman. Creo que nunca supiste que el flaco Benítez fue el único que me visitaba cuando estuve tras las rejas. Los demás no asomaron las narices. El pobre se fajó conmigo y por suerte no terminó encerrado. Escapó con las justas y pasó desapercibido. Así lo creí durante años. Lamentablemente la historia fue otra y acabó desaparecido. No entiendo qué pasó y hasta hoy entristezco al recordarlo.
─Ustedes fueron muy inocentes. Creyeron que organizando marchas, enfrentando a la policía, pintando calles, volanteando, haciendo ollas comunes con los mineros y cambiando de domicilio era suficiente para hacer la revolución y que Seguridad del Estado no se daba cuenta. Siempre estuvieron chequeados, Rebequita. Pude ver tu expediente y, gracias a un fiscal amigo, te clavaron unos cuantos meses…
─Lo sé, Serrney. Lo tengo muy claro, pero quedé curada de espanto y me vi obligada a salir del país. Nadie me quiso adoptar, ni siquiera Cuba. Por aquel entonces fui la amante de uno de los funcionarios de la embajada cubana. No logré que ese hijo de puta me ayudara. Al enterarse me ignoró y el muy marica se hizo trasladar a un país africano. Me quedé sola, sin dinero y a punto de empezar el SERUMS, ¿sabes de lo que hablo? ¿No? Es el programa mediante el cual devuelves con servicios profesionales lo que el estado invirtió en tu formación. Pues bien, mi pasado rojo me mandó a un pueblo perdido de la puna. A más de cuatro mil metros de altura, además de hacer muy poco, me tuberculicé. No morí porque nadie muere la víspera, pero mis trompas de Falopio se pudrieron y quedé estéril. ¿Lo sabías, honey? Me salvé porque un amigo piadoso me ayudó con el tratamiento. Aprendí, querido Serrney, que la vida no es como te la pintan en el adoctrinamiento proselitista…
─En cambio hoy, basta con mirar tu página de Facebook para darse cuenta lo bien que te va en el país que tanto criticaste. Eres una linda burguesa con aires de diva. Creo que te lo mereces, cariño. Rebequita, debiste entender en su momento que eras un Quijote peleando contra los molinos de viento del sistema yanqui y que la cortina de hierro se derrumbaría, tal como ocurrió…
─No digas eso, Serrney. Así no fue exactamente. Tuve oportunidad de analizar los hechos, autocriticarme, curarme en salud y cuando Sendero Luminoso arreció, terminé de comprobar algunas cosas, desilusionarme y retirarme a tiempo.

─Viste la luz ─apunta Serrney─ ¿Cuántos liftings faciales te has hecho?
─Uno, hace dos años y me pongo Botox cada seis meses. Me operé la miopía y uso lentes cosméticos de color verde. Lo demás está tal como vine al mundo…
─ ¿Incluyendo el trasero?
─ ¡Por supuesto, Serrney! Natural y no profanado ─esbozo una sonrisa pícara─. Lo guardo para alguien especial…
Recibo la mirada inquisitiva de Serrney. Está inquieto en la silla y sus piernas cruzadas intentan disimular la erección incipiente. Pretende comprender mi rostro sonrojado. Ordeno una nueva ronda de pisco sour. El primero estuvo maravilloso y ya siento el cosquilleo en mi entrepierna. Serrney sugiere ir a un sillón más cómodo. Acepto y levanto el prodigio que Dios me ha dado. Sé que sus ojos azules están clavados en mi anatomía.
La tarde avanza y, entre recuerdos universitarios y alguna discusión de principios acallada cuando me toma las manos, haciéndome sentir pajaritos en la cabeza, decido dar por terminada la reunión. El cuarto pisco sour le dice al oído que he reservado una habitación antes de irme mañana a Cajamarca.
─Será lo que Dios quiera o lo que tú quieras, Rebequita ─dice mi amigo de tantos años, irreconciliables en una época de nuestras vidas, unidos por el destino y los giros extraños que ofrece el mundo.
Media tambaleante por los tragos, el buen Serrney me ayuda a recuperar la compostura, me abraza fuertemente y le entrego la llave de la habitación, diciéndole:
─Will be whatever you want, George…