Caminante no hay camino

se hace camino al andar

Antonio Machado

 

El sol se pone lentamente al otro lado de la ruta. Hace varias horas que camina a un costado. El calor empieza a ceder y un viento fresco le trae un poco de alivio. La sed es lo que más le molesta. Siente la boca pastosa.

A la vera de la ruta los yuyos están amarillos y las zanjas secas. Los camiones pasan a gran velocidad y lo sacuden en medio de una nube de polvo.

No tiene idea hacia dónde va. Tampoco sabe si le interesa. Camina hacia el lado donde vio alejarse a Claudia. Cada vez que ve venir un auto de frente por la mano contraria le parece que vuelve a buscarlo. Pero como una ilusión óptica se desvanece su esperanza cuando siguen de largo.

Sube al asfalto para cruzar un puente sobre el cauce de un río que ya no está y el bocinazo de un camión lo hace correr. En su carrera una bandada de saltamontes levanta vuelo y cruza la ruta sin conciencia del peligro.

El camión sale de la ruta y se detiene sobre la banquina unos metros más adelante. El chofer baja y se queda mirándolo. Él se detiene y también lo observa.  Ve cómo hace gestos con sus brazos animándolo a acercarse. Camina lentamente, desconfiado. Llega hasta la cola del camión y el hombre comienza a acercarse.

—¿Qué hacés por acá sólo? ¿Te perdiste? —le dice cuando lo alcanza mientras le acaricia la cabeza.

—Vení. Hace calor —dice el hombre al tiempo que vuelve hacia la cabina. Pegado atrás sobre el acoplado hay un tanque pequeño. El camionero abre una canilla. Cae un hilo de agua.

Eso le quita las dudas, corre hacia el tanque y bebe. Cuando termina el chofer cierra la canilla y abre la puerta del camión.

—¿Vamos? ¿Te llevo? —le dice.

Sube de un salto y se sienta en el lugar del acompañante. El camionero sonríe y enciende el motor.

—A media hora hay un parador. Ahí compraremos algo para comer. ¿Dale?

Por primera vez, con la garganta más recompuesta, le contesta.

—¡Guau, guau!