Son las 7.00 horas, el reloj despertador suena puntual, me sobresalto, rozo levemente, sin querer, la pierna de mi mujer y la oigo quejarse.
Intento apagar el viejo trasto del botón pero lo único que consigo es poner una emisora de radio por error; la voz casi trémula, amenazante, de mi esposa, me asusta y hace que agarre el cable y tire de él; espero acordarme luego de ponerlo en hora. Me levanto sin hacer ruido, y entro rápidamente en el cuarto de baño.
Me miro en el espejo y visualizo mi cara; hoy no me afeito, lo hice ayer. Apenas se percibe una leve capa de pelo castaño; me lavo los dientes mientras se templa el agua, la ducha me despeja las ideas, hoy es lunes, pero no es un lunes cualquiera, hoy es diferente, estoy pendiente de un ascenso, y creo que tengo muchas posibilidades.
Trabajo en un banco y uno de los jefes se jubila. Realmente lo hago por ella ¿qué quién es ella? Ella es mi esposa. Si quiero ese ascenso es por mi mujer; por mí me quedaría como estoy pero Julia cree que no puedo aspirar a algo mejor; no me lo ha dicho directamente, pero lo sé, alguna vez me hace algún comentario, sé que no con mala idea, pero me chirría que bromee a mi costa, creo que a veces se siente superior a mí, solo porque ella trabaja en la recepción de un museo; nunca me lo ha dicho, no, eso es verdad, pero en el fondo lo creo. Sé que cuando Julia alaba mis puntos fuertes, lo hace para mofarse, no me lo dice por supuesto, pero me figuro que es así.
—¡Julia¡ Me han ascendido, ahora soy director general.
Quiero ver la cara que pone, le quiero dar una sorpresa, además no le he dicho nada con respecto al puesto, que bien me siento, tengo posibilidades, lo sé, los viernes suelo coincidir en la máquina de café con el director, y solemos hablar de nuestros pasatiempos, a él sé que le gusta el esquí, yo nunca me he subido a unos, pero desde que me enteré de su afición, conozco las mejores pistas, y se lo hago saber, creo que en la próxima conversación, debería ser más moderado, no vaya a ser que me invitara a esquiar, porque entonces tendría un problema, es lo que tiene ser una persona con carisma como yo, sé que tengo un punto ganado.
Preparo café en la cafetera italiana, café puro arábigo, lo prenso bien y lo dispongo en el quemador, mientras espero a que silbe el cacharro, cojo el pan de la panera que quedó la noche anterior, lo unto generosamente de mantequilla y, a continuación, pongo las rebanadas en la tostadora; en ese momento, cuando el humo humeante envuelve con su aroma la estancia, mi mujer aparece por el umbral de la puerta, con un buenos días y un beso que me ofrece en la comisura de los labios; se sienta y espera a que le sirva el desayuno.
La escucho masticar la tostada, mientras le doy un sorbo al café hirviendo, la miro, y me devuelve la mirada con un gesto de interrogación, cojo un trozo de pan rápidamente, e intento disimular mi satisfacción; no quiero decirle nada aún, pero debo mantener la calma, ella es lista y me conoce bien, sabe que tramo algo.
Sintonizo la radio, está sonando Friday i’m in love de The cure, me animo, bajo la ventanilla a pesar del frío, y empiezo a cantar. El semáforo se pone en rojo y el conductor del coche que llevo al lado, me hace un gesto bastante desagradable. La subo, sí, pero sigo cantando; me imagino la cara de mi mujer, cuando le diga que me han ascendido; ella que no cree en mí, que piensa que soy un inútil. Imagino su expresión al conocer mi ascenso y en la mía se posa una sonrisa de satisfacción absoluta.
Paro en un bar casi en frente de donde se encuentra la sucursal; el chino que lo regenta ya me conoce. En cuanto me ve entrar por la puerta, me prepara un Cola Cao sin apenas saludarnos; me gusta el batido del bar. Además me coloco en mi sitio estratégico; tengo una mesa junto a la gran ventana, que se posa junto a mí, como si fuera un escaparate. Desde ahí puedo verlos ¿a quiénes? A “las corbatas”. Así los llamo. Tengo un grupo de compañeros que se visten prácticamente igual entre ellos, a mi me gusta ir más a mi aire, como a Felipe, somos los únicos que no llevamos un nudo atado al cuello. Al principio “las corbatas” me proponían que fuera con ellos de vez en cuando, siempre decliné la invitación.
Ficho en la entrada, me siento bien; la bebida del bar y el café me produce un aporte de energía, poco propicio de un lunes; pero como he dicho antes, no es un lunes cualquiera, este lunes cambiará mi vida.
Me pongo en mi puesto, me siento nervioso, llevo ya dos horas trabajando y nadie me ha anunciado mi ascenso; mi ánimo decae por momentos. Escucho los murmullos de los compañeros, pero no me llega claro, no quiero ser cotilla. Por fin aparece el director y anuncia que el nuevo puesto lo cubrirá Sanchez. Una gota de sudor me perla la frente, siento como si me desestabilizara por momentos, entonces tropiezo con un cubo.
—¿Estás bien Ramón?
Lo miro, pero no contesto.
—Ramón, en cuanto termines aquí, tenemos que ir a la planta superior, unas palomas acaban de dejar todo perdido.
—Ramón, te noto ausente, ¿estás bien?
—Ah, si Felipe, estoy bien, solo que antes de subir, necesito ir al servicio.
Cierro la puerta del aseo y, antes de sentarme encima de la taza, saco una moneda; cara Sanchez, cruz Julia. Tienes que estar en la ruleta amor, a fin de cuentas, si quiero este ascenso es sólo por ti. Sale cara. De camino a la azotea tendré que hacer una parada en el despacho de Sanchez. Paso por mi taquilla y de mi bolsa saco una pequeña pistola; qué gran suerte la mía que todo el edificio está insonorizado.
Ahora con Sanchez fuera espero ser yo el agraciado y no volver a tener que usar este pequeño juguete nunca más.
¡Muy buen relato!