Hace 50 años que pasó aquello y mi madre seguía leyendo la crónica policial de todos los periódicos con un rictus de temor imperceptible e irreconocible para todos, menos para mi. Lee y lee verificando si ha sido descubierto el cadáver de un hombre en el relleno sanitario La Peste.

Cuando terminaba de leer hacía un ademán con la mano invitándome a acercarme. Cuando estaba a su lado me decía que no había ninguna noticia de interés para nosotros y que llame a mi tío y le cuente lo que me acababa de decir. Este ritual se repetía día tras día con pequeñas variaciones por el paso del tiempo.

Años antes, era ella la que avanzaba hacia mí, me decía que no había ninguna noticia sobre el cadáver y caminaba hacia la esquina donde había un teléfono público, llamaba a su cuñado y todo seguía en el mismo sitio sin lugar a dudas.

La edad empezó a pasarle factura a mi madre. Poco a poco se le fue haciendo difícil caminar. Yo la ayudaba a llegar a nuestro quiosco y sacaba una silla para que pudiera leer los periódicos cómodamente. El ritual de la llamada a mi tío también se fue transmutando. La llamada diaria la hacíamos por el teléfono móvil y le dijimos adiós al teléfono público.

El tiempo también golpeó al tío Paco, además de la sordera también empezó a tener lagunas mentales. Hasta que un día la llamada fue contestada por mi primo Eusebio. El viejo no está bien, yo lo traigo para el taller para que esté entretenido con algo, pero siento que cada día se va disipando como una niebla en el campo, logró decirme con un dejo de tristeza y de impotencia.

A Eusebio le extrañó que yo llamara todos los días al taller para decir que no había ninguna noticia en los diarios y tuve que inventar una excusa. Recuerdas que cuando desapareció mi padre, el tío Paco siempre estuvo pendiente de mi madre y de mí -le dije-. En ese entonces, mi madre hizo la promesa de avisarle si teníamos alguna noticia buena o mala de mi padre, y bueno, mi mamá me obliga a cumplir esa promesa.

¡Ahora entiendo! -dijo Eusebio-. Por cierto, ¿qué crees que le pudo haber pasado a tu papá ? No quiero meterme en donde no me llaman, pero para algo somos familia. Opino que ustedes han estado mejor sin el tío Ramiro. Él siempre se portó bien conmigo, pero recuerdo que con ustedes era terrible sin contar con la mala fama que tenía.

Mala fama, dijo Eusebio. De eso nada. Nunca nadie supo en qué negocios turbios estuvo involucrado mi padre. Los vecinos le temían y procuraban tener poco trato con él. Por eso nadie en el pueblo lamentó su desaparición. Nadie puso ninguna denuncia ni hizo algún comentario al respecto. Sólo mi vecino más cercano sacó el tema una mañana llena de niebla y con un frío quebrantahuesos. Será cinco años de eso. Me dijo que fue una bendición que mi padre se hubiera ido y nos hubiera abandonado a mi mamá y a mí. Quiero que sepas que este pueblo tiene un gen fuenteovejuno -me dijo- y luego guiño el ojo derecho. Yo nunca supe si lo dijo en serio o eran cosas de la edad, pues a veces su mente le daba por irse con Don Quijote a pelear con gigantes. Dos años después aquel vecino murió.

Y así fue transcurriendo la vida, entre verdades y mentiras. Dicen que el amor une a la gente, pero también lo hace el crimen. El crimen ayuda a crear lazos de complicidad inimaginables y muy fuertes. Sin embargo, aquellos lazos de complicidad se fueron rompiendo a medida que la muerte fue haciendo su trabajo. Primero fue mi tío Paco que murió; a los pocos meses, murió mi madre. La rutina de leer la crónica policial de todos los diarios y la llamada telefónica dejaron de tener sentido.

Desde aquel día han transcurrido 62 años, 4 meses y 23 días. Mi madre llevaba su conteo a través de la lectura diaria de la crónica policial, en cambio yo lo llevaba tachando días en los calendarios. Aquel día mi padre llegó a casa fuera de sí. Ignoro que tenía metido entre pecho y espalda. Lo que si sabía era que aquello le había hecho sacar todos sus demonios. Fue directo a la cocina donde estaba mi mamá y empezó a insultarla. Oí como caían platos, ollas y vasos al piso en medio de gritos amenazantes. ¡Te voy a matar, puta! ¡No sirves para nada!

Mi madre lanzaba gritos ahogados. Entretanto, yo entré a mi cuarto y tomé el bate que había comprado para defenderme de mi padre. Había jurado que nunca más me tocaría un pelo. Entré en la cocina justo en el instante en que mi padre lanzaba una cuchillada que fue esquivada por mi madre. Sin pensar levanté el bate y le asesté un golpe en la cabeza a aquel ser desalmado. Un crujido fue el aviso de que el golpe había sido certero. Mi padre se desplomó al piso y la sangre empezó a brotar. Me acerqué y noté que el cráneo estaba completamente partido en dos. Tanto mi madre como yo estuvimos abrazados, llorando sin saber qué hacer.

No sé porqué llamé al tío Paco, hermano de mi padre. Probablemente lo hice porque él siempre fue muy cercano a mí. Le dije que tenía que venir a casa que era una emergencia. Se trata de mi padre, atiné a decir.

Cuando llegó el tío Paco y vio la escena se quedó quieto y callado. Yo le explicaba una y otra vez como habían sucedido las cosas. Él seguía callado, hasta que levantó una mano y pidió que hiciera silencio. Luego preguntó si teníamos bolsas grandes, de esas negras -dijo. Sí, sí tenemos -respondió mi madre.

Cortamos las bolsas para facilitar el embalaje del cadáver de mi padre junto con el bate ensangrentado. Fuimos uniéndolas con cinta de embalaje. Subimos aquel bulto a la maleta del auto del tío Paco. Tráete palas, azadones, picos, cualquier cosa que nos sirva para cavar  me dijo. Yo, por si acaso, metí en la maleta del carro lo que me dijo mi tío y otras herramientas más.

El tío Paco estuvo manejando sin rumbo fijo por media hora. Ninguno de los dos dijo una palabra, hasta que musitó: La Peste. Vamos a La Peste. Ese relleno sanitario es ideal para enterrar el cadáver de tu papá. Sólo tenemos que escoger un lugar alejado del terreno. Conozco el medio de entrar furtivamente.

Y así fue como el cadáver de mi padre quedó enterrado en La Peste. Así fue como yo me convertí en un parricida y, mi tío Paco y mi madre se convirtieron en mis cómplices.

Ahora veo llegar una patrulla de la policía que se detiene frente al quiosco. Los policías se bajan de la patrulla, uno de ellos pregunta: ¿Es usted Ricardo Paz?, yo asiento y miro a mi hijo que muestra la sorpresa y la interrogación en sus ojos.

-Hemos encontrado el cadáver de su padre. Necesitamos que nos acompañe. Debemos hacerle algunas preguntas. Es algo de rutina.

Sus rostros no muestran ninguna emoción, exactamente como los ojos de mi padre caído en medio de la cocina hace exactamente 62 años, 4 meses y 23 días.