Llego hasta la puerta y, nervioso, me coloco bien la corbata. Trago saliva antes de acercar el dedo al pulsador del timbre. De pronto, avergonzado, lo retiro. Mis zapatos están llenos de barro y tengo hojas podridas pegadas a la suela. No entiendo cómo pudo suceder, si los sacudí en el banco de la plaza. Ese banco solitario donde solíamos sentarnos para ultimar los detalles de nuestra boda. ¡Qué linda tu sonrisa entonces! Animado por fin, adelanto el dedo hasta el pulsador, pero algo me lo impide ¡Alto! ¿Qué son esas dos lucecitas verdes que se han clavado de pronto en mi? Son tan fijas y penetrantes que las noto como dos puñales en el pecho. ¡Black, mi viejo amigo! ¿Eres tú? ¡Corre! Sube hasta su regazo y dile que estoy aquí, que soy yo, que he vuelto. Y que no puedo irme sin ella.